José Ramallo
El sillón de Gauguin (1888)-Vincent Van Gogh
Concurren hacia mi pensamiento muchos recuerdos al retomar la literatura de Fernando Morote. Al decir “retomar” me refiero a que los libros de este escritor ya son parte de mi memoria y por cada vez que llega a mis manos un nuevo libro suyo, puedo acariciar la suave melodía de una canción que me ha sido de mucho agrado en tiempos anteriores. Es como una visita cálida. La llegada de un amigo, sin previo aviso, a mi domicilio me pone tan contento como lo es la sabiduría de no saber decir qué se siente volver a verlo. Todo es festejo y pese a que lo conozco me dejo babosear por cada una de sus nuevas anécdotas. Las horas se nos pasan y pareciera que nunca vamos a darle fin al diálogo que nos otorga este riquísimo nuevo encuentro.
Desnudemos esta situación en partes subtituladas. El Apóstol me interroga: ¿Vos podes decirme qué es Literatura y qué cosa no lo es? Le contesto que una receta de cocina es Literatura y el Apóstol se ríe a carcajadas. Y luego agrega “Jamás leíste una receta de cocina. Vos no sabes cocinar”. Y yo me río también arremetiendo con un “¿Y si sabes eso, cómo se te ocurre pensar qué yo puedo saber definir qué es Literatura?”
Bajo ese marco se pone de manifiesto la lectura de “Los quehaceres de un zángano”. Con el estilo imperturbable de Morote inferimos que las primeras líneas de este trabajo mantiene el estilo erótico de “Polvos ilegales, agarres malditos”. Pero se va deslizando con suspicacia hacia otra plataforma. El autor propone la historia de un sujeto que tiene mucha hambre de gloria. Y en esto recrudece los pálpitos que aún laten en mí cuando leí “La cocina del infierno”. Porque el sujeto personificado se propone narrar de forma autobiográfica cuáles han sido sus expectativas frente a un mundo ilógico y derrumbado. Es verdad que apunta todos sus cañones contra el Perú natal del escritor Morote. Pero con un poco más de comprensión o de profundidad se puede leer que la visión del escritor es global y no meramente regional. En este momento deseo realizar una aclaración y luego continuar avanzando con lo que ofrece este libro: Morote no es antipatriota. Muy por el contrario, él ama a su país. Pero le duele verlo inesperadamente atrasado y desdichado, en comparación con otras naciones. Las escuelas adonde concurrimos cuando somos niños jamás nos van a enseñar que el ser humano, más que hacer la historia, destruye su futuro. Y es por eso que Fernando Morote poetiza (y sintetiza):
Una flor entre las piedras
vive como yo entre la gente
desaptada y absurda
pero lo hace naturalmente.
Avancemos ahora con lo que se venía exponiendo. Si no supe contestar a la pregunta qué es Literatura, mucho menos pude contestar a la pregunta “¿Qué es ser un escritor”. Le quise contestar que yo era escritor, porque colocaba los dos signos de interrogación en un mensaje de Whats App, cuando hablaba con alguien. Y no lo hacía como los demás, que parecían comunicarse con jeroglíficos egipcios cuando procuraban escribirme una oración interrogativa. Pero deje que el silencio le devolviese la palabra a Morote, en este imaginario dialogo.
El escritor es solitario por naturaleza. No hay nada que se pueda hacer frente a ello. Se disgusta fácilmente ante la invasión y requiere de un cuarto silencioso para volver a ser feliz. Es un soñador inapelable, su perfecto mundo está en todo aquello que pueda imaginar y quizás llegar a escribir. Pero con dejar volar su imaginación ya basta. No pide más que eso, que lo dejen inventar un mundo más hermoso que el que existe puertas afuera, en la calle de un mundo inhóspito. La principal regla de un escritor, es que no deben existir las reglas. Hacer un universo diferente requiere de muchas ideas y ninguna debe estar sujeta a las normas que ofrece una sociedad mimetizada por lo que dice la religión y la política. Es entonces cuando nace el verdadero escritor. Aquel que se opone a hacer lo que todos hacen y que sufre terriblemente la adaptación al medio cuando tiene que ir a trabajar o a estudiar. Mirémoslo al pobre Kafka, si esto no es así. Ahí está, en aquella pieza convertido en una repugnante cucaracha que se preocupa por saber qué reacción van a tener los demás, si acaso él saliese de ese cuarto dispuesto a ir a trabajar con ese aspecto. ¿Morote es una cucaracha enorme que se enfrenta al mundo con amor, deseando ser aceptado como es? He ahí otro punto más para resaltar, dentro de la obra “Los quehaceres de un zángano”. Este personaje llamado Federico Barrionuevo posee una visión desagradable sobre la sociedad que lo rodea. No quiere ser como ellos. Y este es el pensamiento de un escritor: procurar ir contra la corriente e inmortalizarse en la historia de la humanidad como alguien que hizo algo diferente. Recuerdo haber oído una vez la frase de un filósofo contemporáneo: “Una persona que transcurre toda su vida haciendo lo mismo que los demás (nacer, estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, envejecer, morir) es similar a una persona que se sube a un tobogán y se deja deslizar hasta el final. Todo parece divertido al principio. Pero cuando tocas el piso nuevamente te das cuenta que tu vida ha pasado sin el menor de los sobresaltos y ahora ya no hay nada que pueda revertir esa situación. Y esto lo que quiere hacer Federico Barrionuevo al comenzar a narrar su autobiografía sobre el modo en el que se convirtió en escritor. Lleno de sobresaltos fue marcando su propio estilo y comenzó a sentirse diferente a los demás. Es una flor entre las piedras, es un ególatra, es un sujeto que no quiso subirse al tobogán. Quizás, por decirlo de alguna manera juguetona, escogió subirse al “subi/baja”. Sus estados de ánimo, al menos, así lo delatan.
Con el avanzar de la historia, el lector podrá ver que Fernando Morote no se quedó estancado en aquella idea tan sugerente y práctica como lo era aquello de hacer literatura erótica. A través de su personaje, el autor de este libro propone un desdoblamiento entre el escritor y el personaje (también escritor) para someterlo a un análisis psicológico en donde comienzan a plasmarse ideas sobre lo que es la intimidad de un hombre. No solo de pan vivirá el hombre, me sugiere el Apóstol San Fernando y de allí en más comienza a dejar de utilizar el traje de Playboy y comienza a criticar a aquellos que limitan a los placeres de un hombre con un simple acto sexual. Es un cambio brusco e inesperado. No para aquellos que entienden la psicología de un escritor, sino más bien para aquellos que acostumbran leer tan solo la superficie de un libro. El primer desafío que nos aborda entonces es que el escritor Morote va a hablar de psicología anti-Freudiana. No todo es sexo, sino que el corazón vale más que la carne.
¿Qué es ser escritor? Escritor implica soledad y castigo. Aún sigo sin definirlo. Lo sé. Pero estoy bajando línea de las características que propone Morote en su libro, para así de alguna manera llegar a dibujar a un escritor. Digo entonces que es necesario la soledad y el sufrimiento. Porque el mundo gira, pero el escritor siente que todo va a explotar de un momento a otro y nadie parece estar preocupado por ello. ¡Vamos, despierten! Pareciera querer gritar Fernando Morote en su escritura. Procura llamar a la verdad, como una suerte de religión. Quiere el despertar ahora mismo. Es un Apóstol y trae avivamiento.
¿Con qué otro elemento se puede llamar la atención de los mortales, si de pensar se trata? Pues con la poesía. Sí, pero no con cualquier poesía. Debe ser una poesía que golpeé de tal manera que provoque la ira de quien la escucha. Dentro de tanta frustración y angustia el escritor encuentra la poesía que parece expresar toda su congoja y liberarlo de una carga enorme. El hombre se transforma en poeta y desde ahí avanza hacia el cielo. Es un Dios que le ha traído el pan de cada día a los lectores.
Fernando Morote utiliza a su personaje, Federico Barrionuevo, no sólo para expresar lo que realmente considera poesía. Sino que además “justifica” el libro “Los quehaceres de un zángano” a través de su otro libro titulado “Poesía Metal Mecánica”. Para que esto quede claro, ambos libros son reales y ambos le pertenecen a Fernando Morote. Pero éste los involucra dentro de una ficción para que su escritor, Federico Barrionuevo, tenga libros que nombrar dentro de una misma obra. Una ficción dentro de otra ficción.
Hablemos tan solo un instante de aquel otro libro que ahora surge ante nuestros ojos y que antes no habíamos logrado ver con claridad. La poesía metal mecánica de Morote tiene como particularidad rechazar lo armonioso o lo estético. Se atreve a hablar de lo contrario a un tema recurrente dentro de la poesía. Tengo el placer de identificarme con aquella poesía que Morote plantea. Y con mucho ego – exponiéndome al insulto de Morote, posterior a un escupitajo en la cara – quiero traer aquí el fragmento de un poema que he escrito hace poco tiempo y que de alguna manera u otra merodea el espíritu de Fernando:
Me suele suceder que me enamoro de los cajones de manzanas podridas,
me suele suceder que me enamoro de los trapos de pisos empapados con vómitos,
me suele suceder que me enamoro de los baños públicos desbordados de mierda,
me suele suceder que me enamoro de los cementerios cuando hieden en verano,
me suele suceder que me enamoro de las personas que son despreciadas por su fealdad.
(***)
Suelo imaginar que una cucaracha me besa con dulzura,
mientras me acaricia con sus seis patas puntiagudas.
Suelo imaginar que una babosa me abraza por las espaldas
al amanecer, y me recuerda cuánta felicidad le produzco.
Suelo imaginar que desayuno un kilo de materia mucosa,
junto a una taza de café frío y amargo que expiró hace un mes.
Suelo imaginar que abro las dos ventanas de mi habitación,
y me trago todas las moscas verdes que vienen de la cuneta.
Suelo imaginar que unas bacterias me crecen desde los pies
y no se detienen hasta llegar a mi cabeza y comerme los ojos.
(***)
Bajo el criterio de rechazar lo que es estéticamente atractivo y en cambio hablar de todo aquello que le produce rabia y asco, Fernando Morote propone una Poesía Metal Mecánica que golpea y hace crujir los dientes. No es una convención su escritura sino una herramienta traída desde el lado oscuro del corazón, del Apóstol San Fernando.
Volvamos ahora a aquello que decíamos sobre lo que significaba ser escritor. Expusimos que era necesario sufrir y sentir soledad. Pero la soledad también se manifiesta en grupos. Cuando dos personas que piensan igual se encuentran, es muy probable que se gusten. Pero no por ello permanecen acompañados. Ambos saben que necesitan sufrimiento y soledad para continuar siendo los mismos de siempre. No obstante, ambos, se dan cuenta que su criterio no está errado y el mundo está plagado de personas que piensan así.
El sufrimiento en el escritor es necesario. Porque lo lastima y lo hace agonizar. Pero eso de sentirse destruido y no morir lo conmueve porque ve que es más fuerte de lo que creía y que aún continúa con vida.
Con esta definición de escritor necesariamente tormentoso podemos volver a “Los quehaceres de un zángano”. Federico Barrionuevo es un sujeto que pretende cachetear al hombre justo y recto. Pretende que aquel nazca nuevamente y que comprenda que toda su vida ha sido un error. Federico Barrionuevo es un Zángano que solo quiere drogarse, alcoholizarse y tener mucho sexo. Pero no nos olvidemos de algo, él sueña con ser escritor, también. Y sus ideales son diferentes al estilo de vida que lleva. Necesita reivindicarse para lograr comenzar su carrera como escritor exitoso.
Surge en este punto un conflicto para el lector ¿Qué es lo que quiere Morote? ¿Vida sana y recta? ¿O vida autodestructiva porque el mundo es una mierda y nada vale la pena, sino que hay que morir lo antes posible? Esto es lo que se llama un golpe acertado. Finalmente Morote ha despertado al sujeto que lleva consigo una vida normal y aburrida. El escritor logra aquí mostrar lo bonito que puede llegar a ser una vida sencilla y sin preocupaciones. Pero luego te muestra que hay otra vida cargada de emociones y dificultades que conllevan al éxito o al fracaso total. Es una aventura arriesgada, pero atractiva para los hombres que saben soñar. El Apóstol Fernando ha predicado su evangelio y ahora otorga libertad de albedrio.
Hay algo más que decir sobre este libro, y es que su historia es atemporal. Y esto de jugar con el tiempo Morote ya lo ha hecho con “La cocina del infierno”. ¿Cómo podremos saber en qué momento fue disparado el proyectil que luego impactará sobre el pecho de X”? Viajando en el tiempo, para conocer los motivos de las consecuencias. “Las miserias y penurias de un mundo inhóspito” vuelven a verse reflejada en este libro, cuando se narra la infancia y adolescencia de Federico Barrionuevo. Poco a poco comenzamos a entender la poesía de Morote. Y esto no es poca cosa, cuando es el mismo autor quien nos dice que no hay nada que entender. La atemporalidad que propone Morote con su libro es un elemento que en el cine se lo conoce como flasback. Nada desconocido para un cineasta como lo es nuestro querido Apóstol San Fernando. Creo poder ver una imagen al ir leyendo estas líneas, y es la figura de un hombre tendido sobre el piso absolutamente golpeado y ensangrentado. A causa de su situación, sus ojos parecen cerrarse de a momentos y luego se vuelven a abrir, pero con mucha lentitud y dificultad. Este hombre tirado sobre el piso agoniza y de a momentos le parece ver a su mamá cuando ella era joven y él un niño. Ella lo llama para comer y él corre feliz para besarla y abrazarla. Luego el sujeto vuelve a abrir los ojos y está sobre una cama con varias mujeres desnudas, drogadas y alcoholizadas. La imagen presupone el fin de la era de este personaje que muere tendido sobre el suelo luego de sufrir por un prolongado período. Más o menos esa es la idea de Morote al utilizar la atemporalidad en su texto. Un escritor que sufre, tiene recuerdos y siente que va a morir de un momento a otro.
A partir del capítulo tres, “Los quehaceres de un zángano” tiene un giro tan grande, que pareciera que se tratase de otro libro. Una vez más, el Apóstol Fernando lo ha logrado. Acertó otro golpe hacia el espectador dormido y lo despertó con una nueva literatura. Las críticas sociales llueven y el poeta recrea todo lo que ve, a través de su poesía:
La siguiente es poesía
sin apariencia de poesía.
Es posible que nadie la entienda como tal,
ya que los hombres se rigen por apariencias
Lo que resta del libro “Los quehaceres de un zángano” es un ida y vuelta en el tiempo, sobre el modo en que Federico Barrionuevo logró o no publicar su libro y así cumplir su sueño de ser escritor. Pero aún hay más información para remarcar. Al comenzar esta reseña tuve la ocurrencia de titularla “Epístolas del Apóstol San Fernando para los Bastardos del Imperio Literario”. Y esto se debe a que comencé a escribir en cuanto terminé de leer el libro “Los quehaceres de un zángano”. Eso parece ser bastante lógico, porque nadie puede hablar sobre el contenido de un material de lectura, sin antes conocer su interior. Pero la realidad es que comencé a tomar notas desde el momento en que abrí el libro. Fue un impulso incontenible, pero no se me había ocurrido ningún título hasta entonces. Sólo sabía que tenía que escribir porque había muchísimas observaciones por realizar y una lectura veloz podría ocasionar que me olvidase de anotar las primeras sensaciones. En conclusión, mis anotaciones primarias se vieron alteradas por lo que fue el desarrollo de la obra. Y esto se debe a que – y acá es cuando comienzo a justificar el título – Los escritores no tenemos miedo a enamorarnos de un amor no correspondido y luego sufrir la desdicha del rechazo. No. Lo que tememos es absolutamente lo contrario. Enamorarnos de un amor no correspondido, y que esa utopía se vuelva realidad, es lo que le quita motivación al autor para agregar argumentos a sus libros. Si no sufre, no es feliz. Paradoja o no, las mejores tragedias de la literatura universal se han escrito bajo esa premisa. Y esto no es una casualidad ni mucho menos un dato que escape a la literatura del Apóstol San Fernando. Observé con absoluta rigurosidad las epístolas que escribe Federico Barrionuevo para Valentina (su novia, y luego esposa) y fui analizando la intencionalidad de las mismas. Allí se produce un nuevo desplazamiento, entre el escritor Morote, el escritor Barrionuevo, y el resto de ser humano que oscila entre amar a una sola mujer, tener sexo con cualquier otra que se cruce por su vida, o llevar a cabo una vida ascética abocando su vida a la literatura. Y en esos puntos me di cuenta que había algunas anotaciones que servían como diario íntimo de Federico Barrionuevo y otras notas que eran para Valentina. ¿Eran realmente ciertas esas conversaciones que mantenía Federico con su diario? ¿O será que acaso la intencionalidad de F. Morote era criticar a aquellos sujetos que concebían a la Literatura como un Sanctum Corpus, que no podía ser alterado siquiera con el pensamiento? A mí entender, los pensamientos que Federico Barrionuevo anota en su diario íntimo, en donde refleja las sensaciones que tuvo al conversar con otros escritores, son en realidad epístolas cargadas de opiniones y críticas – que acaso sea lo mismo – sobre el modo en que F. Morote vive la literatura en realidad. Concurre a mi memoria en este momento una enseñanza que supo brindarme una profesora de Literatura: “Criticar no significa siempre hablar de lo malo. Pero es lo que más abunda”. Creo que ahora todos estaremos de acuerdo en el por qué del título, de esta reseña.
En otros momentos lo he puesto de manifiesto, y aquí lo voy a repetir admiro el cine de Woody Allen. Como así también sus peculiares pensamientos. He aquí uno que resultará útil para cerrar esta cuestión del amor, analizado bajo el pensamiento de un escritor:
“Amar es sufrir. Para evitar el sufrimiento no se debe amar, pero entonces se sufre por no amar, de modo que amar es sufrir y no amar es sufrir, y sufrir es sufrir. Si para ser feliz hay que amar, para ser feliz hay que sufrir, pero sufrir hace a uno infeliz, por lo tanto, para ser infeliz uno debe amar o amar para sufrir o sufrir de tanta felicidad, y dejémoslo que es un lío.”
Por otra parte también admiro toda la obra de Roberto Arlt. Y pareciese que Morote también lo hiciese porque el libro “Los quehaceres de un zángano” plantea la idea de que el amor sin sexo es el único y verdadero amor eterno. Como así también lo es el amor imposible. Aquel que nunca se alcanza pero que aún así se lo continúa persiguiendo. El matrimonio es muerte dice Arlt en “Los siete locos”. Es por eso que el amor no debe saber nada de sexo o de contactos físicos. Tan solo se lo debe apreciar como a una pintura en una galería de exposiciones.
En conclusión, el Apóstol San Fernando confiesa que el escritor se desnuda ante su público lector y arroja todos sus miedos a través de las palabras. Combate contra sí mismo y deja en evidencia lo que realmente implica ser un escritor. La definición final es, entonces: ¡Un infierno!
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