Marta Rosa Mutti
En la escritura de Cortázar difícilmente el ojo y la susceptibilidad del lector, escapen al juego que hace con cualquier circunstancia del día a día. El escritor las observa, escoge una y la disecciona hasta dar con el punto clave que la enerve, como si se tratara de la exploración de un cadáver. En realidad busca el efecto contrario, el de un cortocircuito. Que si bien nos dejará a oscuras, también hará que nuestra mirada -llevada por la necesidad – descubra cosas que a plena luz, jamás sabría de ellas.
La acción de las voces que usa para narrar y protagonizar, las determina desde una pulsión como sentido primario y como sensación de un destino del que no es posible escapar o negar. Situación que dará, un clima de incertidumbre y fatalismo que no se puede evitar. Tampoco prever, porque pertenece a un ámbito no previsible, fuera del ajuste real, o de lo que se cree y define como: orden lógico.
Cortázar desarrolla las tramas de sus relatos en los resquicios de la alteridad que se produce dentro del escenario del espacio cotidiano. Esta elección no es casual, sino que apunta a desestabilizar la subjetividad, dado que irrumpe en los recintos del yo, quebrando, cuestionando y fisurando la interioridad.
«Casa tomada» es una vivienda típica sobre la calle Rodríguez Peña. «El otro cielo» describe paisajes urbanos de París y Buenos Aires. «Final del juego» transcurre en una casa de las cercanías de las vías del Central argentino. «No se culpe a nadie» sucede en un departamento en el piso número doce. «Los venenos» tiene lugar en un jardín en Banfield. «Ómnibus» en el colectivo de la línea 168 durante su recorrido. «Carta a una señorita en París», en un departamento de la calle Suipacha. La casa, el departamento, el jardín, lugares comunes, en los que todos tenemos pertenencia, y por lo tanto se encuentran cargados de significados inmediatos y donde por naturaleza, se es más vulnerable, como resultado de la propia intimidad.
Se puede señalar que Borges en sus cuentos fantásticos buscaba lugares y tiempos distantes para generar una atmósfera de verosimilitud, de posible realidad. Cortázar rompe esa estructura haciendo vacilar a la realidad, aquello que está al alcance de la mano, o sobre la mesa, porque instala lo extraño en un espacio previsible, ahí nomás, entre nosotros, donde jamás se podría pensar que sucediera porque es el ámbito conocido, en donde estamos protegidos. Siendo por ello inquietante, contundente, siniestro, porque hurga en los huecos más próximos y más nuestros con los que convivimos a diario.
En Casa tomada tenemos una muestra clara de lo expuesto. La casa es la extensión de nosotros mismos por lo que no nos inquieta, no dudamos de ella como no lo hacemos de nosotros mismos, por lo tanto si desde ella se genera algo que nos desajusta, tornándola incierta, haciéndonos vacilar en forma extrema, los temores, los fantasmas, las dudas se levantarán y crecerán como monstruos.
Casa Tomada, el hogar, en el que la vida de dos hermanos transcurre y del que conocen cada rincón y secreto, de pronto quiebra sus sonidos y sus lugares. Otros a los que no ven pero sí perciben, andan por ella, llevándolos por desconocimiento, temor, o apremio a dejarla. No tienen sitio en ella, ni paz. La casa devenida un mundo extraño en el que acechan fuerzas ajenas los ha dejado. Ya no tiene que ver con ellos. La han tomado y la realidad del adentro ya no existe, como tampoco los hermanos, tienen cabida allí.
Esa vacilación generada dentro la casa es mucho más monstruosa que cualquier suceso ajeno en la calle, o en un paraje desconocido. He ahí el toque maestro, el golpe de efecto genial del tratamiento del texto. No importan los personajes, ni que pasa. El caos se genera a partir de la ruptura de un escenario cotidiano. Se puede decir entonces que: la alteridad, vacilación, de una acción simple y ordinaria, de un lugar, o situación; conforman las partes del rompecabezas de lo fantástico.
Como dice Todorov acerca de lo fantástico: “Espacios en que la duda se torna más insoportable, en los que la vacilación se vuelve más insidiosa, dejándonos desprotegidos, desnudos”
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De, Espirales de la Ficción de Marta Rosa Mutti