Estefanía Farias Martínez

Francisco Carretero (1961-1987)-Antonio López García
Don Avelino llegaba al ministerio muy temprano. Subía el primer tramo de la escalera imperial que le llevaba a su despacho a un ritmo pausado y constante, emulando el tictac de un reloj de pared al golpear con la punta metálica de su bastón los escalones de mármol. Cuando llegaba al rellano siempre le esperaba aquel hombre silencioso, enjuto y corto de talla, con gafas redondas de contable, el cráneo pelado y abombado. Don Avelino se quitaba el sombrero para saludarle y el otro también lo hacía, durante casi diez minutos le cedía el paso, a él no le gustaba estorbar. “¡Pase usted!, ¡Pase usted!”, repetía. Sin embargo, el hombre silencioso sonreía con el sombrero en la mano, apoyado en su bastón y no se movía. Don Avelino se acababa cansando, no tenía toda la mañana, cogía la escalera de la derecha, seguía subiendo y el tictac se reanudaba. La secretaria le observaba, apoyada en la baranda, al final de la escalera. Algún día descubriría que era un espejo.
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