Y ASI SE CUENTA LA HISTORIA: El abuelo y la piscina

Ítalo Costa Gómez










Cuando les cuento que he logrado situarme por encima de los comentarios feos de la gente negativa con la que me cruzo por la ciudad (me refiero específicamente a los que tiene problemas con las orientaciones sexuales distintas y les gusta humillar a las personas gays) es totalmente cierto. Me tomó mucho tiempo y mil experiencias duras, pero al final logré edificar una caparazón emocional lo suficientemente sólida como para no sentirme devastado ni triste ante cualquier ataque. Ante el ataque de un cualquiera.

He logrado mantener siempre visible un recordatorio: «No es conmigo el problema. No es contra mí ese odio que botan. Es un miedo de ellos que les exige tener voz. Es ignorancia que merece más lástima que ira. Es idiotez».

Creo que en una ciudad como Lima el problema mayor se lo llevan mis amigos. Cuando por ahí aparece un idiota con sus expresiones homofóbicas les afecta mucho más que a mí; yo debo ponerme en el medio – algunas veces – para que la cosa no se salga de control. Casi siempre es muy manejable. Solo «vibró diferente» cuando el intolerante en cuestión provino de la misma casa. Eso sucedió con la buena de Amelia.

Cuenta la historia que había sido invitado por esta dulce amiga a su casa de playa por un fin de semana. Sus papás estaban fuera de la ciudad y solo debía darle un ojo a sus abuelos.

[No sabíamos que era el abuelo el que iba a meter sus narices en nuestros espacios]

Acepté la propuesta con la esperanza de escapar del bochorno de verano insoportablemente fuerte que se respiraba en mi casa.

La estábamos pasando de la refurinfunflai. Chapoteando en la piscina tomando vodka, escuchando Madonna, hablando de zapatones y comiendo pedacitos de pan al ajo cuando de pronto se apareció al costado nuestro un señor imponente y cargado de mala energía. Era un hombre cercano a los 80 años, muy bien parado, con pinta de alemán elegantísimo y serio como él solo. Me abochorné cuando lo vi.

Su mirada no era noble y encima de todo yo estaba con un shortcito, ebrio y con su nieta – en bikini – metido en la piscina. No era la manera más bonita de conocer al estricto caballero octogenario.

– ¿Se puede saber quién te ha dado autorización para traer visitas a la casa? – Dijo mirando a ‘Ame’ con ira, aunque sin perder la cordura ni alzar la voz. Ni siquiera buscó hacer contacto visual conmigo. Sentía que me miraba como si fuera un ave de mal agüero a la que quieres espantar.

Mi pobre amiga ha salido del agua tan rápido que Flash se hubiera sentido una tortuga china. Sin que ella pueda siquiera responder el abuelo del averno prosiguió con voz de dictador estreñido:

– Dile a tu… acompañante (así, con pausa dramática) que este no es un «club de ambiente» o cómo se llame. Que se vista inmediatamente y tenga la gentileza de irse a su casa ahora mismo. Ahora mismo. – Sin moverse de su sitio privilegiado de salvavidas al lado de la piscina.

Tenía dos opciones. Una de ellas era vestirme en silencio y retirarme cabizbajo o la de hacer más bulla. Como no había hecho nada malo y sentía – por sus palabras y su actitud – que tenía su odio gratuito opté por el segundo camino. Mientras me sacaba y ponía la ropa dije en voz alta dirigiéndome a mi amiga.

– Gracias por la copa y por tu cariño. La casa es preciosa, te felicito. Te dejo con tu dulce abuelito. No te preocupes por mí. Debía irme igual. Un zambo me la va a encajar a las cuatro y no me he depilado bien el tesoro. Quiero que el moreno destroce porcelana, my dear. Que te lo sepas.

[Escáaaaaaandalo. Es un escándalooooooo]

Ambos se quedaron idiotas. Ella intentando contener la risa mientras que ‘el viejo amargado’ de haber tenido un arma encima me hubiese disparado. Estaba hirviendo de rabia. Se olía en el aire. Sé que mi pobre compañera debe haber tenido un gran problema cuando crucé la puerta de salida, pero provocar un casi infarto y dos días de estreñimiento en ese caballero medieval bien valía la pena.

Y así se cuenta la historia, pequeños citadinos acalorados, de cómo ese señor se metió con la mariposa equivocada y escuchó palabras que provocaron una hecatombe en su oscuro corazón .

*Además, estoy casi seguro que el tío me miró el poto discretamente cuando me fui, aunque sea de curioso. Keep dreaming, sunshine.

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