Carlos E. Luján Andrade

La naturaleza del cerebro infantil es compleja. Las sinapsis de sus neuronas funcionan a una velocidad increíble aunque cuando uno ya es adulto, las neuronas aumentan, pero la interacción neuronal disminuye. En ese proceso de desarrollo cerebral, el niño descubre el mundo en el que vive. Cada interacción con la realidad lo lleva a interpretarlo de acuerdo a su reducida experiencia. Sin embargo, debido a esa explosión de actividad neuronal, la información adquirida viaja a través de su psiquis entre la fantasía y la razón. Puede convertir los sueños en realidad y la realidad en sueños. La niñez es la etapa donde definimos los ideales que perseguiremos y donde se construye el mundo que buscaremos para nosotros. Cada etapa infantil está marcada por el deseo de compatibilidad. Deseamos encajar y adaptamos nuestras creencias a lo que sentimos e imaginamos. El resultado es un mundo de ensueño, porque para muchos (o quizás todos), nuestra niñez está rodeada por un halo misterioso y etéreo. Como si aquello vivido no estuviera conectado directamente con lo que ahora somos.
El viaje de retorno a la niñez es misterioso e intenso. El libro “Pequeñas historias. Grandes niños” de Miguel Ildefonso, nos acerca a ese destino. Las imágenes mostradas por el autor representan múltiples impresiones infantiles que, entre lo lúdico y lo dramático, nos adentran al interior del niño o niña que fuimos. Cada uno de ellos los define por una característica. Está el Niño Forma en el que la pareidolia lo lleva a poblar su mundo con las formas halladas en lo que le rodea, el Niño Silencio que nos alcanza una visión precisa del origen de la introspección, la Niña Amanecer donde nos acerca a la visión optimista de la infancia, la Niña Sueño, una contemplativa que busca mundos mejores en una dimensión onírica, la Niña Sombra que es aquella solitaria y que se basta a sí misma para perderse en sus juegos infantiles, la Niña Emily a la que los libros le bastaba para conocer el mundo, el Niño Inmóvil, un infante dubitativo e inseguro que si bien aparentemente no hace nada, dentro de él todo sucede o la Niña Actriz, en la que nos hace ver cómo vamos aprendiendo a que en esta vida todo se limita al cumplimiento de roles en la sociedad. Existen muchos más niños que se descubrirán conforme se avance en la lectura de este libro.
Lo que más resalta es que estas imágenes no son estáticas, sino está presente siempre la visión del adulto que se observa así mismo, que explora en estos recuerdos emocionales el origen de la personalidad. Vemos que esos niños nunca nos abandonan, nos persiguen a través de los años y que muchas veces determinan las acciones de cuando somos adultos. Cada uno de los “niños” presentes en esta obra tiene algo de nosotros. Y a pesar de que la supuesta sensatez del individuo maduro ha dirigido nuestra existencia, estos niños nos hacen evaluar que no ha sido del todo cierto.
“Pequeñas historias. Grandes niños” es un libro introspectivo, imaginativo y aunque suene contradictorio, muy realista. No identificarse con la fantasía infantil es imposible porque es parte del proceso evolutivo del ser humano. Es como si un viejo roble negara que fue una semilla o que si el ave olvidara que alguna vez no pudo volar. Miguel Ildefonso ha escrito un libro íntimo y podría decir confesional. En las historias contadas sintetiza el origen de los pesares, de las pasiones y tal vez, las claves para encontrar la paz en cada uno de nosotros.