Y ASÍ SE CUENTA LA HISTORIA “El circo, la urraca y mi papá”

Ítalo Costa Gómez





¡Feliz 2021, irreverentes míos! Siéntense. Vamos a empezar un nuevo año juntos.

A mi pobre viejo nunca le gustó nadita que yo haya tenido mis quince minutos en el escenario. Tampoco estuvo de acuerdo con que me inclinara después por el periodismo porque siempre me quiso cuidar mucho y consideraba que prensa y televisión estaban llenos de envidias y gente malsana – no se equivocaba – y que como «artista en mi tierra» moriría de hambre.

[¿Hasta cuándo, Italo?, ¿Quieres ser un payaso?, ¿Eso es lo que quieres hacer con tu vida?]

Eran los pensamientos de los tiempos y sobre todo los de él. Siempre le dije que eran los oficios que me hacían sentir feliz y me tuvo que apoyar a regañadientes o mejor dicho pretender que no me estaba dedicando a eso. Hacernos los locos todos. Sabía que estaba actuando y bailando a la par de mis estudios en la universidad, pero nunca le decía exactamente dónde – para que no se me infartara – hasta que los «urracos» de la periodista Magaly Medina me arruinaron el secretito y tiraron mi privacidad al tacho como la de tantos otros… ¿Se acuerdan de lo que le pasó a Bárbara Cayo? Para matarse.

Cuenta la historia que se terminaba el año 2002. Muy chibolo me las había ingeniado para participar del casting para bailar y actuar en el show cómico musical de un circo chiquito (con un espectáculo muy bien logrado) sin dejar de lado mis estudios. Fue una convocatoria modesta como el trabajo mismo. Sin embargo no habían ido pocas personas y quedé elegido.

Días antes de empezar función nos avisan que harían una conferencia de prensa. Para serles honesto a mí me emocionó cero. La verdad es que nunca tuve las ganas de ser una figura pública conocida. Yo amaba mi libertad más que cualquier otra cosa. Solo quería bailar y punto.

Con el tema de la prensa estaba despreocupado. Sabía que no iban a poner mi nombre en los diarios (si es que les ligaba alguna nota a los del circo, claro). Mi familia no tenía cómo enterarse que trabajaba ahí. Era mi perfecta vida secreta, pero tarde o temprano la vida te enseña que no hay nada oculto bajo el sol.

Cuando llega el día de la bendita conferencia habían tres periodistas somnolientos y resaqueados. Nos tomaron dos fotitos insignificantes y ya con eso todos nos dábamos por bien servidos; hasta que de pronto entran las cámaras del programa de espectáculos más sintonizado de esos tiempos. Llegaron los «urracos» de «Magaly Te Ve». Una de las bailarinas parecía estar “muy bien contactada”.

– Ya me cagué. Mi familia me va a ver en la tele y alguien le va a contar a mi papá y mi vida habrá terminado, no me va a dar plata ni para el chicle. Me va a sacar del testamento cuando me vea con este vestuario dorado súper pegadito. Paulina Rubio es una huevona a mi lado. Jacarandoso es mi destino.

Era sábado, por tanto las imágenes se emitirían el lunes. Tenía que poner el parche antes que salga el chupo y hablé con mi papá.

– Pá, escúchame…
– ¿Qué pasó ahora? – El pobre tan acostumbrado a que le de malas noticias.
– Nada. Es que… a ver… Te quería avisar que creo que el lunes voy a salir bailando en el programa de la “Urraca”. Pero tranquilo porque…
– ¿Bailando en vivo?, ¿En un “ampay” de alguien?
– No, no… ¡qué ampay! Ya grabé. Es un circo y yo formo parte del elenco. Estoy en el grupo de bailarines.

Hizo silencio. – Tenía miedo de haber roto su corazón. Él me habrá imaginado reporteando para la BBC de Londres y ahora yo estaba bailando presentando a un mago misio en mallas. Ni la carpa se veía decente.

Me miró tranquilo. Él sabía bien que yo estaba haciendo esfuerzo para lucir sereno. Sonrió y me dijo:

– Espero que al menos no te hayas caído, huevon.

Y cambió el rumbo de la mirada. Fin de la discusión. La noche del lunes la tele permaneció apagada y no volvimos a mencionar las palabras “circo” ni “Magaly”. Años después, cuando estaba por terminar de estudiar, en una de las últimas charlas que tuvimos me dijo:

– Ahora puedes intentar entrar a mejores circos, flaco.

Mi pobre viejo nunca estuvo de acuerdo con casi nada de lo que hacía, quizá porque siempre esperaba algo mejor para mí (o de mí). Sin embargo nunca cedí, nunca cambié en nada… siempre seguí mis instintos e hice lo que quise y a él no le quedó de otra más que aguantarme hasta que me fui.

[Gordo… cuánto me soportaste y cuántas canas verdes te debo haber sacado. A pesar de lo duro que hayamos batallado, de lo distintos que somos y de los muchos años que llevamos sin vernos ni hablarnos, espero de todo corazón que estés teniendo una vida feliz, donde quiera que estés. Sé que tú rezas para que yo también la tenga]

Hacía tres funciones, tres.
Oiga, caballero.

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