MACHADO, 80 AÑOS EN COLLIOURE

Pedro A. Curto

 

 

 

En España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa.

Antonio Machado

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Hay tumbas que se levantan como anti-estatuas para señalar lo que no pudo ser, lo perdido, la flor aplastada de una esperanza, lugares donde lo simbólico se convierte en la lucidez de la memoria. La tumba de Don Antonio Machado es uno de esos lugares. Hace ochenta años miles de ciudadanos de las españas se veían obligados a cruzar las fronteras en desbandada, empujados por la España negra que el poeta combatió hasta la extenuación con toda la fuerza de la razón y que es algo más que una leyenda. Don Antonio era uno de esos ciudadanos y su viaje, ligero de equipaje, acabó muy pronto, en un pueblo francés al lado del mar, donde su cuerpo se fundió con la tierra un 22 de febrero. Desde allí, de alguna forma, daría la espalda a lo que le hizo envejecer prematuramente, lo que le convirtió en un ser vencido, olmo arrancado sin rebote posible, como se puede ver en sus últimas fotografías. Su muerte, casi al mismo tiempo que la República con la cual tanto se identificó, lo elevó a la categoría de emblema. Una muerte muy cargada de valores simbólicos que lo convirtió en mito. Es el mito necesario que aporta, a pesar del tiempo, algo nuevo, con el que tenemos debates, coloquios, controversias, análisis contradictorios de su obra… lo que ocurre con los mitos fieramente humanos.

“La revolución es desde abajo y la hace el pueblo (…) el socialismo es la gran esperanza ineludible de nuestros días.” En el diálogo entre Juan de Mairena y Jorge Meneses, evoca la agonía de la sentimentalidad romántica y la falsedad del sentimiento burgués. Es el Machado que reconoce la validez del marxismo, pero que dice nunca será marxista. El anticlerical agnóstico que admira al rebelde Jesús de Nazaret. El naturalista urbanita que contempla un paisaje que comprende es político, y así describe, con hondura, su aridez y su cainismo. Es ante todo un heterodoxo que da voz a su Juan de Mairena para explicar que el arte literario, como todas las artes, no puede señalar directamente, ni exhibir un ideario político, ni proponer un programa de acción, entre otras cosas. Pero si puede servir de marco de reflexión ética, de preguntarse sobre otra sentimentalidad, frente al arraigo de la imposición testicular que se imponía sobre las tierras que él, a pesar de todo, tanto quería. Y ochenta años después, Don Antonio sigue en Collioure, porque la España negra, aún tecnificada, pero tardomodernista, sigue estando ahí y amenaza con ir más allá.

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