Nosotros, los del Tranvía de Servola

Italo Svevo

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I

Nosotros, los del Tranvía de Servola tenemos, todos, un aspecto dócil, de animales pacientes y apaleados y precisamente porque pertenecemos al Tranvía de Servola. No sólo por ese aspecto nos conocemos desde hace muchos años, nosotros, los del Tranvía de Servola, sino también por el nombre, el apellido y la familia, porque diariamente nos encontramos juntos en los diferentes puntos de la ciudad esperando el Tranvía de Servola, el que nos corresponde. Por eso, entre nosotros, los del Tranvía de Servola, son numerosísimos los matrimonios y habría que abolir pronto el Tranvía de Servola, porque, si no, pronto tendremos —y será perjudicial para la raza— matrimonios entre consanguíneos. Otros dicen que a nosotros, los del Tranvía de Servola, se nos debería permitir la bigamia, porque, cuando nos hemos casado una vez, nosotros, los del Tranvía de Servola, ya no sabemos qué hacer mientras lo esperamos. Es bueno que nuestra raza, la de los del Tranvía de Servola, se reproduzca en una época violenta como ésta para suavizar las costumbres, porque nosotros, los del Tranvía de Servola, somos tan buenos, que hasta ahora ningún vagón del Tranvía de Servola ha saltado por los aires. Las autoridades lo saben, porque a los del Tranvía de Poggioreale, gente procedente del granito, en seguida se les proporcionan camiones. Cierto es que entre los tranvías de Servola nunca ha habido un incendio. Van tan lentos, que tardarían un siglo en arder.

Y, cuando morimos nosotros, los del Tranvía de Servola, tenemos la gran sorpresa de marcharnos a la hora exacta, porque es la primera vez en nuestra vida en que no se ha encargado nuestro transporte al Tranvía de Servola. Después, al hacer el balance de nuestra vida, vemos que la mitad de ella ha estado dedicada a esperar el Tranvía de Servola y la otra mitad a desear al Tranvía de Servola que vaya por sus raíles a ese otro pueblo y, en vista de ese balance vital, no se entiende que nosotros, los del Tranvía de Servola, podamos considerarnos, sin embargo, pertenecientes al único distrito industrial de esta ciudad.

«La Nazione», Trieste, 23 de agosto de 1919

II

Nos escriben: «Nosotros, los del Tranvía de Servola, somos más fáciles de organizar que los demás obreros. Basta con que el Tranvía de Servola se retrase media jornada o elimine por un día una locomotora y todos los remolques y ahí nos tenéis apretujados todos en un único vagón y colocados en la mejor posición (aunque incómoda) para debatir sobre nuestros intereses.

»Tímidos como somos, nunca hablamos mal del Tranvía de Servola, porque, aunque sea difícil, no se puede excluir que empeore. Vamos a ver la relación de la última sesión.

»Uno de los miembros, que permaneció de pie, contó que, según una fuente bien informada, nosotros teníamos comunicaciones más frecuentes que las existentes entre Nueva York y San Francisco, ciudades más importantes que Trieste e incluso que Servola. Por eso, no debíamos quejarnos.

»Por un agujero del techo, otro, que sólo había encontrado un sitio encima del techo y bajo el trole, gritó que, mientras que el Tranvía de Servola sólo se retrasa horas, el tren de Vladivostock tuvo una vez un retraso de tres semanas. “Si es así”, añadió el del trole, “esos pobrecillos, que hubieron de comer fuera de casa durante tres buenas semanas a los precios actuales, debieron de arruinarse”. Al menos, nosotros, los del Tranvía de Servola, comemos siempre en casa, porque cuando el tranvía no funciona, vamos a pie.

»Un tercero, aplastado en el asiento por una gruesa mujerona que no había encontrado otro sitio para sentarse, dijo, tal vez con sus últimas palabras: “En conjunto, la Dirección del Tranvía nos satisface de todos los modos. Según la tarifa, pagamos 40 céntimos, si nos quedamos en el vagón hasta que llegue a la entrada de la ciudad por esta parte, pero no pagamos más ni siquiera cuando nos lleva por toda la ciudad e incluso hasta Barcola. Cierto es que ninguno de nosotros ha llegado nunca a esa zona magnífica, pero lejana del golfo de Mugia. La culpa es nuestra, porque nuestra jornada, la de los del Tranvía de Servola, no cuenta con más de veinticuatro horas”.

»Un tipo horrible pidió la palabra y la tuvo, porque los demás, exhaustos por la larga espera, ya no podían hablar. No era uno de nosotros, los del Tranvía de Servola, porque dijo: “Vosotros, los del Tranvía de Servola, sois los únicos italianos que seguís las prescripciones de Nitti y no gastáis. Con el precio de cuatro trayectos (1,60 liras) ocupáis todas vuestras horas libres. Habría que introducir en toda Italia el Tranvía de Servola y la nación estaría salvada y nosotros, los accionistas, aún más”.

»El tranvía se detuvo y el accionista se apeó, pero casi cincuenta de nosotros tuvieron que bajar a la vía para hacerle sitio. Al encontrarse en tierra, le cantaron: “Ave Caesar…”.

»Así, aquella noche pudimos contar a nuestras mujeres, adormiladas en casa, que no habíamos llegado tarde por un retraso del tranvía, sino por haber estado debatiendo su propia administración, pero ellas gritaron: “Habéis perdido el tiempo. El Tranvía de Servola no puede cambiar. ¡Proponed más bien que se traslade a Servola entera a la Piazza dell’Unità!”».

«La Nazione», Trieste, 30 de agosto de 1919

III

Tras enterarme de que el Tranvía de Servola había destinado dos nuevos vagones a un servicio supletorio entre el Campo Marzio y Servola, invité a un extranjero que se encontraba de visita en Servola a que viniera a ver la cosa más maravillosa de nuestro país, es decir, el tranvía del servicio mejorado. El extranjero estaba un poco pensativo. Como había leído con poca atención las noticias de Trieste, creía que era el tranvía que había tenido el descarrilamiento incontenible. ¡Qué va! Ya nos encargamos de que incluso los raíles tengan tiempo de cubrirse de polvo e incluso de herrumbre. Aquí no patinamos y avanzamos con toda prudencia.

Esperamos el tranvía bastante tiempo. Faltaban de momento los vagones supletorios, que, para aumentar su agilidad, no llevan remolques, como tampoco —cosa, por lo demás, natural — los que proceden del Boschetto, mucho más pesados.

Después, cuando llegó el tranvía, estuvimos sentados cómodamente hasta la noche. Mi foresto se me fumó todos los cigarrillos. Al contemplar atentamente la línea, como yo le había invitado, vio esa cosa extraordinaria que es el raíl que sobresale medio metro del suelo. Con su ignorancia, creía que, por haber faltado la presión de arriba, había crecido. Le expliqué que no era así y que el suelo había cedido por el desgaste producido por los pies de los viandantes, tan numerosos en la línea del Tranvía de Servola.

Primera parada: frente al Lagar. Consideré que debía proporcionar una distracción a mi huésped contándole la historia del Lagar, sus diversos incendios, que presencié, y las venturas y desventuras de todos sus directores. Descripción de todos los diversos productos, que llegaron a ser tanto más variados durante la guerra. Además, encontré otro tema en la historia de las numerosas bombas caídas por aquellos andurriales. ¡Pobre del tranvía, si se hubiera detenido en aquel lugar unos dos años antes! Después hablamos de balística y aviación y de las diferencias entre tranvías y aeroplanos.

El conductor dice que debe de haber sido el tranvía de Boschetto el que se ha retrasado. Tal vez en la ciudad haya una revolución mientras nosotros estamos tan tranquilos en ese sitio. Hace calor, pero un compañero nuestro cuenta el frío que hacía en aquel lugar hace ocho meses y sentimos cierto alivio. Ahora bien, para aligerar el tranvía, han quitado las cortinas.

Segunda parada: el Lloyd. Aquí puedo dar rienda suelta por extenso a mi dolor de triestino, porque en el Lloyd ha desaparecido el Lloyd. Con permiso del conductor nos apeamos del vagón y tenemos la oportunidad de ver las enormes oficinas y desentumecer las piernas. La torre está construida con piedra de Istria: historia de este país que podemos ver también desde ese punto. La historia, acompañada de la vista de los países donde se desarrolla, es muy instructiva. Desde aquella parada se ve el Taiano. Orografía de nuestra región. Grotte, Postumia, San Canziano, etcétera. Después, por falta de otros temas, de nuevo la historia de las bombas. Por fortuna cayeron a lo largo de toda la línea.

Tercera parada: Campos Elíseos. Nombre delicioso. El mar y la vista son los mismos que en el Lloyd. El extranjero piensa en la posibilidad de poner hoteles en las diversas paradas. Debate sobre los posibles precios para nuestros bolsillos. El conductor comenta que la Dirección, que, como se ve, no carece de vagones, piensa dedicar algunos a restaurantes y cochescama. Desilusión del extranjero, que pensaba enriquecerse con la línea del Tranvía de Servola. Aún así, reconoce que es un tranvía ideal para un extranjero que quiera conocer a fondo el país.

P.S.— Desde Servola, un anónimo me escribe para protestar por que yo llame Tranvía de Servola a uno que se detiene a más de un kilómetro de esa barriada, pero ¿qué puedo hacer yo, si los servolanos han tolerado durante tantos años que los vagones lleven inscrito en la cabecera el nombre de su lugar natal? Es algo que ya está hecho y no tiene remedio. Debemos tener, junto a nuestros burritos, también el tranvía.

Mi anónimo dice que ese tranvía es en realidad de Trieste y añade: «Naturalmente, en Servola sabemos lo que se cuenta de nosotros en Trieste, pero en esta ciudad ignoran lo que nosotros decimos de ella».

«La Nazione», Trieste, 10 de septiembre de 1919

IV

Varias personas condenadas durante su vida natural a recurrir al Tranvía de Servola me rogaron que les explicara por qué, desde que se ha abatido sobre nuestra región el boras, sólo se destinan a Servola vagones y locomotoras abiertos. Me presenté en la Dirección del Tranvía como periodista de Servola y me recibió en seguida un directivo que merecería ascender aún más.

Me dijo que ahora, durante el invierno, teníamos el honor de hospedar en nuestra línea los vagones más chic de los baños de Barcola. Con un evidente lapsus linguae, añadió: «En invierno se los destina al servicio de los baños de Servola. Es una gran concesión que les hacemos».

Me había preparado una lista con las preguntas que quería hacerle y en primer lugar le pregunté cómo se liquidarían las diferencias de precio del billete cuando un pasajero resultara llevado por el viento a mitad de camino. Nosotros exigíamos la devolución del billete entero.

Me respondió que el último boras había cogido desprevenida a la Dirección del Tranvía. En invierno habría en todos los vagones un depósito de piedras que los pasajeros deberían meterse en los bolsillos para aumentar su peso específico. Si desatendieran esa fácil medida de prudencia, la Dirección del Tranvía no abonaría a sus herederos ni siquiera la mitad del importe del billete.

Yo objeté que el azar, soberano en la formación de los torbellinos, podría llevarse volando al cobrador o al guardafrenos y entonces, ¿qué?

El directivo respondió que por el cobrador no había que temer. Por el alto precio del billete, al cabo de media hora del primer trayecto el cobrador pesaba tanto, que podía reírse del boras. En cuanto al guardafrenos, la Sociedad tenía preparados algunos substitutos y, en caso de desaparición repentina de uno de ellos, sería reemplazado con relativa celeridad.

De repente el directivo se irritó: «¿Es que no ven ustedes, los servolanos, que les resulta más ventajoso disponer de los vagones menos pesados? No quiero ni pensar en lo que habría ocurrido, si el que se estrelló hubiera estado cerrado y provisto de lastre. Es un accidente que en su línea puede repetirse y deben admirar la cautela con la que trabajamos. Por lo demás, el objeto de esos vagones refrigerados es también el de hacer que su pan llegue fresco a la ciudad. En América transportan la carne así e incluso en vagones aún más fríos. Me gustaría que probaran a viajar en uno de esos vagones».

Intimidado, volví a preguntar: «¿Por qué no dedican esos vagones a líneas más cortas: por ejemplo, a Piazza Venezia? La brevedad del trayecto excluiría la congelación de los miembros de los pasajeros».

Recibí una respuesta que me hizo callar definitivamente: «Ustedes mismos han declarado que por culpa del Tranvía de Servola su estirpe se había vuelto frágil y débil. Mira por dónde, ahora el tranvía les ofrece el medio de volverse fuertes por medio de la selección. Los débiles se ven llevados por el viento y sólo quedan los muy fuertes, porque los otros desaparecen a fuerza de pulmonías. No todos se quejan en Servola. Al contrario, ya hemos recibido agradecimientos de un médico y una preciosa carta que pondremos en un marco en la farmacia de ustedes».

Muy perplejo, me despedí y salí, pero el directivo me siguió por la escalera. «Puede usted estar seguro de que nosotros no dejamos de pensar siempre en la mejora del servicio. Para el período más crudo del invierno, pensamos revestir los coches con redes que dejen pasar el boras, pero no al pasajero ni al cobrador».

Al llegar a la calle, vi acercarse precisamente el Tranvía de Servola con ese aspecto estival suyo que da ganas de llorar y eché a correr para no perderlo.

El directivo me siguió corriendo también: «Conténtense con lo que tienen.

De aquí a unos años tendrán un nuevo competidor en el tranvía del Friuli y a ustedes no les quedarán ni sus pocos vagones cerrados ni los que en verano hacen el trayecto a Barcola. De modo que no tendrán ni demasiado calor ni demasiado frío».

Salté al vagón abierto. Por un instante pareció que el directivo quería seguirme también allí. Después lo pensó mejor y se quedó en tierra. Así me salvé.

Soplaba el boras y llegué a casa con fiebre. Escribo apresuradamente esta relación, tal vez la última, y después me meto en la cama. Comienza la selección.

«La Nazione», Trieste, 21 de octubre de 1919

V

Desde que el Tranvía de Servola ha pasado a ser comunal, nuestros tranviarios se creen que deben ser comunistas. Debe de haber un malentendido, que conviene aclarar. En un sentido anticuado, comunal podía significar (como explica claramente el Diccionario Petrocchi): Partícipe de una y otra cosa, lo que resulta aún muy distante del significado que tiene la palabra «comunista», en el sentido moderno. Cierto es que «comunista» designa también a quien reside en una comuna, por lo que todos los que vivimos en Servola somos también comunistas, sin por ello habernos adherido a la III Internacional. Es que no se debe confundir y, si nosotros, los de Servola, no queremos ser comunistas, no por ello tenemos que abandonar nuestra comuna. Nos gustaría que tampoco los tranviarios se confundieran, porque el asunto está empezando a resultar insoportable. Se ve con claridad que la falta de italianidad es perjudicial y nuestra comuna debería facilitar un pequeño vocabulario a todos sus empleados. Entretanto, por explicarme brevemente, diré a nuestros tranviarios que no deben confundir al conde Noris con Lenin.

Precisamente en la época en que el Tranvía de Servola pasó a ser comunal, la situación de nosotros, los del Tranvía de Servola, que nunca había sido halagüeña, resultó insoportable. ¿Qué los comunistas andan a la greña con los socialistas y su periódico, Il Lavoratore, explota? Pues, mira por dónde, nosotros, los del Tranvía de Servola, si tenemos suerte, bajamos a la ciudad con el último tranvía, el que llamamos el tranvía histórico. Como en todos los lugares pequeños, también entre nosotros pululan los cronistas y apuntan el número del último tranvía y nosotros volvemos a pie.

Ayer, a las diez de la mañana, conseguí tomar el último tranvía. Todo el mundo sabía que sería el último definitivo, auténtica historia sobre raíles, porque en los puestos de cambios de vías no se encontraban los vagones directos (si podemos decirlo así) para Servola. Los triestinos, es decir, quienes, una vez llegados a Trieste, encuentran en esta ciudad la comida y la cama, se reían con ganas del incendio de Il Lavoratore y también de la huelga, mientras que nosotros, los del tranvía de Servola, sólo nos habríamos reído, si el vagón para ir a la huelga hubiese tenido que regresar a Servola. La idea de tener que volver a pie y pasar inermes (habíamos entregado nuestras armas en el año 1914 después del nacimiento de Jesucristo) tan cerca del Campo San Giacomo no era agradable precisamente. Y yo, que tengo una idea bastante confusa del comunismo y lo considero una doctrina para hacer desaires, propuse al tranviario, al tiempo que abría la boca para simular risa: «¿No sería una buena treta dar la vuelta al tranvía y regresar a Servola para hacer que todos estos triestinos vayan a pie?». Evidentemente, el tranviario no era un comunista, porque no aceptó mi propuesta.

Entretanto, el tranvía comunal y no comunista, precisamente el que pasa por Campo San Giacomo y no por Italia y no de Servola, sino de San Sabba, seguía deslizándose tranquilamente, como si nada hubiera ocurrido.

Por lo demás, nosotros, los de Servola, nunca carecemos de tranvías históricos. Es más: cuando vamos al teatro, llegamos a la ciudad con el prehistórico, porque, después del nuestro viene otro y, si debemos volver a pie, se debe a la excesiva duración de la representación, que no consigue encajar entera en el lapso transcurrido —pese a lo largo que es— entre un tranvía y otro.

Y esperamos, ansiosos, al tranvía de la Edad de Piedra, es decir, el que lapidaremos.

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