Estefanía Farias Martínez

—Buenos días, Marcia.
—Buenos días, Señor Fraile.
—Actualiza la lista de pedidos y tráemela, por favor. Hay que mandarla a fábrica como tarde al mediodía. ¿Ha llegado Silvestre?
—La lista la tendrá en media hora y Silvestre le está esperando en el despacho. Ha venido con Don Ulises.
—¿Con Don Ulises?
—Parece que hay algún problema en la fábrica.
—Tráenos tres cafés. Voy a ver qué está pasando.
—Marcia, guapa. Prepáranos un par de cafés mientras llega el Señor Fraile.
—Sigues igual de cegato Silvestre.
—Buenos días, Señor Fraile.
—Espera, no entres todavía. ¿Es gordo lo de la fábrica? Don Ulises no sale de la cueva así porque sí.
—Son más bien paranoias de Doctor Frankestein. Aunque sí tiene algo interesante que contarle.
—Silvestre, mejor me cambias el café por un té, tengo la tripa suelta.
—Buenos días, Don Ulises.
—Buenos días, Señor Fraile. Necesito hablar con usted urgentemente.
—Vamos dentro. Marcia, ya lo has oído, para Don Ulises un té y cuando tengas la lista, te unes a la reunión.
—Muy bien, Señor Fraile.
—Siéntese Don Ulises y explíqueme con calma lo que le preocupa.
—Tenemos varios problemas con las ofertas del catálogo. Los Kennedy son un conflicto permanente, necesitan ser asesinados. Si su muerte no se produce en el plazo establecido, inician un proceso de colapso. Lo mismo ocurre con John Lennon y con Lincon. Le menciono a estos cuatro por ser los más solicitados. No le veo solución, a menos que programemos sus ejecuciones y repongamos los ejemplares a los clientes.
—Me parece una magnífica idea, retirarlos del catálogo es imposible. Usted mismo lo ha dicho, demasiado solicitados para prescindir de ellos. ¿Algo más?
—Aquí tienen los cafés y el té de Don Ulises.
—Gracias, Marcia.
—No hay de qué.
—¿Me pusiste las dos cucharadas de azúcar y la nube de leche desnatada?
—Sí, Silvestre, como siempre.
—¿Trajiste la lista de pedidos?
—Sí, Señor Fraile. Aquí la tiene.
—Mejor la expones tú. Que tenemos aquí al experto.
—Hay que reponer tres James Dean y una Marilyn; y la Señora Sánchez quiere que le vayamos preparando otra Virginia Wolf porque este fin de semana se la llevan a la playa; y los Santibáñez quieren devolver a su Jack El Destripador.
—¿No decían que estaba muy integrado con la familia?
—Si, estaban muy contentos. Como profesor de anatomía era perfecto para los niños; además, al ser tan culto, era una verdadera atracción para sus amistades. Pero ayer encontraron al perro diseccionado y se asustaron. Ya está en el almacén.
—Qué pena. Habían pagado todas las cuotas, ¿verdad?
—Si, no fallaron una.
—Ese es otro problema.
—¿Se refiere a los James Dean, Don Ulises?
—No, esos son fáciles de producir y están perfectamente sincronizados.
—Además tenemos cubiertos los problemas legales que pudieran surgir.
—Explícate Silvestre, esa es una novedad, porque hasta hace unos meses teníamos que pagar indemnizaciones a terceros derivadas de los accidentes. Aunque el exceso de demanda compensaba esos gastos.
—Hemos solventado ese inconveniente, Señor Fraile. El gabinete jurídico ha ideado una cláusula según la cual el cliente se hace cargo de esos gastos, se aplica en las renovaciones y en los nuevos pedidos.
—¿El problema son los suicidas entonces, Don Ulises?
—Con ellos todo funciona estupendamente, algunos son de implementación más compleja y reponerlos puede ser lento. Yo me refiero a los personajes de ficción, los clientes los quieren adaptados a sus necesidades y esa alteración de su naturaleza les hace inestables, los Santibáñez han sido muy afortunados con su Jack, pero los Fonseca se quedaron sin personal de servicio en la casa de campo.
—En este caso concreto le doy la razón, vamos a tener que eliminar a Jack del catálogo, nos da mala prensa. Sin embargo, no todos son peligrosos, ¿no podríamos solucionarlo advirtiendo a los clientes de que les hicieran un mantenimiento adecuado?
—No sé qué decirle, a mi juicio el planteamiento es completamente erróneo y debería eliminarlos a todos del catálogo.
—En eso estoy de acuerdo con Don Ulises, Señor Fraile. Aquí tiene la documentación que le ha preparado el gabinete de ventas. Usted mismo puede comprobar que no sólo no son rentables, sino que además tenemos muchas devoluciones.
—Lo estudiaré con detalle. De momento cumpliremos con los contratos ya firmados, pero no aceptaremos nuevos pedidos. Y para evitar confundir a los clientes, de forma provisional, sácalos del catálogo, Marcia.
—Sí, Señor Fraile.
—¿Y qué pasó con mi propuesta de sacar en preventa a algunos escritores y actores caducos?
—A mí no me convencía demasiado Silvestre, pero como el departamento de marketing le dio el visto bueno empezamos solo con tres.
—¿Y cómo va?
—Díselo, Marcia.
—Sí, Señor Fraile. La de Stephen King es un éxito, no les importa esperar el tiempo que haga falta, sin embargo, Vargas Llosa y Harrison Ford no despegan.
—¿Y eso significa…?
—Que la idea es muy buena aunque el departamento de marketing tiene que trabajar más en la selección de los candidatos.
—¿Se informa a los clientes que desde el deceso hasta iniciar el proceso de producción se puede tardar casi un año?
—Por supuesto, Don Ulises.
—Entiendo que es demasiado complicado para explicarlo en un folleto, pero usted sabe que la elaboración de la memoria, las cirugías necesarias para la adecuación del individuo y la implantación, que a veces requiere la pérdida de varios ejemplares, toma su tiempo.
—No se preocupe, los plazos los pondrá usted.
—Me deja más tranquilo. Y ahora creo que debo volver a la fábrica, son casi las once.
—Silvestre le llevará. Y antes de mediodía le mandaremos el pedido del mes.
—Perfecto.
—Marcia, acompáñales y haz pasar al Señor Castro en cuanto llegue.
—Muy bien, Señor Fraile.
—Don Ulises, ¿se lleva el ejemplar del almacén o manda a alguien a recogerlo?
—Creo que mejor mando a los chicos esta tarde.
—Como usted prefiera. Vuelva por aquí de vez en cuando, no esté siempre tan encerrado.
—Marcia, cuando vuelva de la fábrica te llevo a comer al italiano.
—No sé a qué hora terminaré, Silvestre.
—No importa, te espero.
—De acuerdo. Buenos días, Señor Castro.
—Buenos días, señorita. Tengo una cita con el Señor Fraile.
—Sí, sí, le está esperando, pase a su despacho.
—Buenos días, Señor Castro. Siéntese, por favor. ¿Quiere un café o un té?
—No, gracias. Muy amable. Si le soy sincero estoy un poco nervioso.
—Lo comprendo, les pasa a la mayoría de nuestros clientes. No tiene nada de qué preocuparse, todo saldrá bien.
—¿Mi pedido ya está listo?, ¿por eso me llamaron?
—En realidad necesitamos concretar detalles antes de mandar la orden a la fábrica.
—Creí que había rellenado todos los datos del formulario.
—¿Lo suyo era un Borges, verdad?
—Sí, exactamente. ¿Hay algún problema?
—Ninguno, es que no especificó si lo quería a los treinta o a los cincuenta.
—Ah, no sabía que se podía precisar tanto. ¿Qué me recomienda? Yo soy escritor y él es mi modelo a seguir.
—¿Usted es argentino, verdad?
—Lo ha notado por el acento seguro, sé que es inconfundible.
—Claro… Entonces creo que lo más adecuado para usted como escritor sería un Borges a los cincuenta, más experimentado. Le será de más utilidad.
—Pues encárgueme un ejemplar de cincuenta.
—De acuerdo, pero le advierto que para los Borges de cincuenta hay lista de espera, ¿no prefiere un Cortazar de cuarenta?, tenemos varios disponibles.
—No, no, prefiero esperar.
—Pues a fin de mes puede recoger su Borges sin problemas. Mi secretaria le avisara.
—Muy bien, estaré pendiente y muchas gracias por todo.
—Un placer. Le acompaño a la puerta.
—

