Rodolfo Carlos Napán Arquíñigo

—¡Yo quiero competir contigo, Lobo! — exclamó Carlos.
— Ah valiente te crees — respondió el chico, el lobo, que dio la idea de hacerlo en el salón mediante una competencia— Ya pues, Carlitos. Uy con esa pinga apenas te saldrá un chorrito.
—Yo doy la señal, pingones— dijo Huaringa, el más alto del salón.
—Yo aviso si alguien viene— propuso Ticse, ya parado en la puerta.
—¡Uno, dos, tressss¡— listo saquen las pingas e inicien el pajeo— gritaron todos.

Los dos estaban de costado intentando concentrarse,

—Imagínense a la de sociales calatita— dijo Ticse en la puerta. En ese momento Pircahuamán salió al frente, el mejor dibujante del salón, e hizo un dibujo de una mujer totalmente desnuda. El arte fue aplaudido por todos, menos de los participantes. Era de suponer que su dibujo era demasiado exagerado: un rostro pequeño y una vagina y tetas inmensas.

Los dos competidores la miraban con la mano derecha en el miembro, la otra descansaba esperando su turno. Los rostros rojos, el meneo de la cintura al son de los gritos de los compañeros. El más concentrado parecía Carlos, que daba señales de “ir ganando”.

—¡Carlos, Carlos! — era el grito de su grupo de amigos— ¡Ya le sale a Carlos! — añadían emocionados.

Pero, no. Carlos se desconcentró cuando Ticse dio una mala señal. Tiempo para la arremetida de lobo, quien aprovechó la distracción y reinició con mayor fuerza. La mano era movida con una rapidez, su cabeza comenzó a temblar y su rostro se enrojecía. Un gemido se añadió a su respiración.

—Ya le sale a lobo, ya le sale— dijo un compañero— Ya le falta poco a lobo. Va a ganar.
—Cállate conchadetumadre, me distraes. Ahora por chistoso me voy a pajear pensando en tu hermana, esa culona a quien vi la semana pasada.

Todos comenzaron a reír.

—Oye, pajeros, apúrense, pues al fondo creo que ya se acerca el profesor Haro.

Entonces los dos competidores, ante la llegada del profesor, agilizaron el movimiento de mano y muñeca. Estaba agotados y sudorosos, pero querían ganar. La competencia estaba muy reñida.

—Ticse, ¿cómo va? — preguntó Huaringa.
—Está todavía lejos, sobrado alguien acaba — respondió.

En el salón, la mayoría apoyaba a Carlos.

—¡Está cerca! ¡Apresúrense, pajeros! — gritó Ticse.

Carlos sacó sus últimas fuerzas y movió su mano con más rapidez, su rostro estaba empapado en sudor. Luego un grito tranquilizador: ¡Yaaaa…!

Un chorrazo sobre el piso; cinco segundos después, lo hizo Lobo, sin embargo, en poca cantidad. El grito no se hizo esperar. Carlos había ganado.

—¡Limpien, carajo! — mandó Ticse— ¡Hay viene el profesor!

Carlos y lobo, mochila en mano, limpiaron el piso o eso intentaron. Ticse borró la pizarra.

El profesor hizo su ingreso haciendo un gesto de desagrado con su nariz.

—¡Abriré la ventana! Aquí huele raro — dijo el profesor.

Iba a hacerlo. Pero cómo si ya estaba en el piso, con las manos manchadas por ese liquido competidor.

—¿Quién fue? — preguntó gritando el profesor.
—(silencio)
—Fuenteovejuna se creen. Ahora van a ver. Les doy cinco minutos para que me digan quién — inspeccionó bien el piso— o quiénes fueron. Voy a salir, cuando ingrese, esta repugnancia no debe estar aquí. Por si acaso, vendré con el director.

Todos se miraron. Alguien hizo el gesto de querer hablar, pero no lo hizo por la mirada del lobo.

El profesor se retiró. Cinco minutos después hacía su ingreso acompañado del director. El escenario los impactó. La repugnancia no había desaparecido, sino que ahora estaba en todos lados.

Todos fueron llevados a la dirección. Todos tenían las manos manchadas como en Fuenteovejuna.