Carlos E. Luján Andrade

Large Passage (1990)-Doris Zeigler
El arte es propio de las sociedades complejas. Mientras tales civilizaciones evolucionen, el arte se manifestará con destellos de genialidad. A la vez, cuando estas entran en un periodo de decadencia, el arte lo resiente y se degrada, no sin antes de representar sus cantos de cisnes también geniales pero como una cuestión aislada que expresa su decaimiento.
Lo cierto es que el arte sobrevivirá así los artistas no lo hagan. Por una cuestión de adaptación, muchas expresiones artísticas, ante la crisis, desaparecerán y se llevarán a los que las practicaban con destreza. No hay mucho que la sociedad pueda hacer porque la situación dramática que tiene que enfrentar hará que vire sus intereses hacia las más básicas necesidades del ser humano.
Si la sociedad no logra levantarse pronto de su tragedia, el arte se mantendrá latente y expectante en los nuevos individuos que crecerán con ella y serán los que generarán uno nuevo, quizás menos elevado, uno más acorde con los nuevos tiempos. Los otros artistas desaparecerán porque ya no será su momento. Tendrán que dejarlo para asumir nuevas labores más necesarias para una sociedad que se derrumba. La preocupación social y gubernamental por la situación de los artistas será humanitaria, principalmente. Sin embargo, no se podrá sostener su ayuda con el tiempo si ellos no se adaptan a las nuevas circunstancias.
No se es artista por compromiso social, sino por elección individual y por cuestiones emocionales. Les impacta lo que ven y sienten, y desean hacer algo artístico con aquellas emociones y sentimientos. Y esa misma motivación personal por dedicarse a ello es lo que los condena ante una situación de urgencia colectiva. Es por eso que terminan como la última rueda del coche ante las tragedias sociales.
Solo cuando esa elección personal llega a un nivel de perfección notable, es que el artista impacta en la sociedad en la que vive. Y la identidad cultural de su país o región construye una serie de representaciones útiles para sus fines en base a ese arte. Lamentablemente, las crisis desbaratan todo ello. Cuando los principios con los que se ha construido una civilización son puestos en entredicho por el fracaso de su organización, todo lo que representa esa decepción será destruido. ¿Qué piedras se usaron para construir las casas de El Cairo? ¿Por qué tiraron abajo los Moais en las Islas de Pascua? Lo que ya no representa, desaparece. ¿Por qué incendiaron la Biblioteca de Alejandría? Porque todo ese conocimiento fue vetado para la plebe y más aún, nunca se puso en cuestión las barbaridades que se cometieron en aquella época a pesar de tener el conocimiento del mundo en ese lugar.
La creación de un buen artista toma años y esfuerzo. Que subsista en el mundo que refleja en su arte es algo que requiere mayor valentía. Las condiciones para que sobreviva en una crisis social son difíciles. Es por eso que si bien algunos digan que en momentos dramáticos no se los necesite o se busque desesperadamente razones para que se les vea como individuos útiles, lo más probable es que solo sean una pesada pero valiosa carga para una sociedad que apenas puede encargarse de lo elemental.
La responsabilidad de los administradores del Estado estará en cuidarlos hasta que todo pase. Como aquél preciado tesoro familiar que no se vende así los miembros de esa familia pasen hambre. La obligación de reponerse de esa situación de necesidad antes de hacer algo irreversible es el compromiso que toda administración pública tiene.
La formación de un artista es valiosa. No los podemos perder por tomar malas decisiones. Hasta ahora se lamenta Europa por esos jóvenes, quizás futuros intelectuales, artistas y escritores, que murieron en las trincheras. El artista es una gallina de los huevos de oro que debemos conservar para que nos siga dando el producto de su arte. Si no nos reponemos pronto, la sociedad estará obligada a echar mano de ella porque no hizo lo necesario para evitarlo. La pérdida de un artista entre los oficios comunes que se verá obligado a realizar en un país necesitado y hambriento es una tragedia cultural porque se lleva aquello que nos permitiría cumplir el deseo de consolidarnos como una sociedad civilizada.