Ítalo Costa Gómez

Ahora que tengo la oportunidad de disfrutar mi soledad y darle espacio a mis recuerdos e imágenes mentales con mayor profundidad me he dado cuenta de que gran parte de ellos me hacían daño. Nuestra mente puede convertirnos en nuestros peores enemigos.
Antes de la pandemia no tenía tiempo para escucharme. Para prestar atención a lo que yo requería y necesitaba de mí mismo. Todo mi tiempo era para los demás. Saltaba de compromiso en compromiso y si bien estar ocupado era bueno de pronto me invadían sensaciones de ansiedad y tristeza que no sabía identificar. Me iba al baño a llorar, a defogar, y regresaba a la mesa con quién me estuviera acompañando. No era sano.
Ahora tengo más espacio para mí y eso no me alejó de la pena, pero le encontré sentido. Vi de dónde provenía. Por ejemplo, recordaba constantemente a una amiga con la que compartí gran parte de mi vida y en cómo me había fallado cuando más lo necesité; de cómo nos alejamos. Lo revivía una y otra vez a pesar de que ya han pasado más de cinco años desde que nos alejamos. La culpaba. Me culpaba. Me entristecía. Ese recuerdo no le daba cabida a los momentos lindos que tuvimos juntos. Me concentraba en lo feo que terminó el vínculo.
Pensaba en los trabajos en los que yo consideraba que no me habían valorado como profesional. Empezaba a recordar los comentarios negativos que habían, en los peros que se me ponían. Me frustraba. Habiendo dejado aquellas labores hace un buen tiempo ya. No me daba para pensar en cuánto aprendí, en lo muchísimo que me dio mientras estaba ahí. Tendía a pensar en lo malo. Algo a lo que nuestra mente está siempre propensa.
En los últimos tiempos me he dado cuenta que mis ratos tristes han disminuido considerablemente porque he aprendido – o estoy en el camino – de dejar ir los pensamientos tóxicos. Cuando identifico que mi mente me quiere poner cabe con la imagen de un mal momento, entonces tomo el control de mis recuerdos y los dejo ir convirtiéndolos en agradecimiento.
Perdí grandes amigos, pero la vida me premió con gente mejor. Pude haber sufrido de soledad en momentos clave de mi vida, pero la vida me regaló como hermano al mejor ser humano que haya conocido y sé que estará al pie del cañón para siempre. Pude haber tenido discusiones feas con mi mamá, pero la vida me regaló tiempo para sanar heridas, cuidarla y demostrarle lo mucho que la amo, perdonarnos. Pude haber renunciado resentido de algunos trabajos, pero si no lo hubiera hecho hoy no escribiría mi columna y trabajaría en lo que realmente me hace feliz hacer. Pude haber sido difamado por gente que ni siquiera me conoce, pero los he perdonado y me he prometido ignorar su existencia, más no guardarles rencor y solo desearles el bien.
Vivo mejor desde que dejo ir lo que ya no es para mí. Desde que suelto los pensamientos dolorosos y los transformo de alguna manera en un «gracias». No nos dejemos controlar por nuestra psiquis. Tomemos el mando de nuestras vivencias. El ayer ya no existe. EL AYER YA NO EXISTE. Pero si vamos a recordar lo vivido que sea lo que nos alimenta, lo que riega al árbol en medio del bosque, lo que nos saca una lágrima de alegría.
En nuestras manos está. ¿Lo intentamos esta semana? Vamos a acompañarnos en esta meta maravillosa de vivir más felices. A los post its con escritos tristes pegados en nuestra mente vamos a dejarlos ir.