Helena Garrote Carmena

La naturaleza infantil es en esencia inocente y frágil, y las vivencias de esos primeros años son como delicadas piezas de porcelana. Cuando lo vivido no se ajusta a esa naturaleza, algunas piezas pueden romperse en trocitos difíciles de recomponer.
Existe una técnica japonesa llamada Kintsugi que consiste en restaurar objetos de cerámica dañados aplicando hilos de resina y oro. Con esta técnica no se busca ocultar el sesgo, sino darle visibilidad y embellecerlo. Algo parecido es lo que ha hecho Beatriz Fiotto en su libro de solo ochenta páginas: practicar el arte de reparar poniendo palabras a sus partes rotas.
Todo eso es un conjunto de relatos breves divididos en tres secciones: Cuerpo, casa y calle, en los que la autora nos va mostrando una etapa de su vida que al lector se le antoja complicada y a momentos dolorosa. Beatriz Fiotto camina por el pasillo de sus recuerdos sin recrearse en explicaciones, poniendo la luz en el detalle, en lo pequeño, en aquello que deja marca. En su lenguaje cabe la ternura, la rabia, el silencio como defensa y cierta nostalgia. Un trabajo minucioso en el que prevalece el arrojo del que se lanza a contar a cara descubierta. Y el resultado tiene una forma bella.
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