Carlos E. Luján Andrade

Y: “Sana competencia”. ¿Has escuchado esa frase?
X: Claro, varias veces.
Y: ¿Qué te parece?
X: Es bastante convencional. Tantas veces ha sido repetida que a estas alturas ya no significa nada.
Y: Me refiero al fondo. Si realmente se puede decir que existe una sana competencia.
X: Si se respetan las reglas es que uno compite “sanamente”. No me imagino algo más que eso.
Y: Quien compite intenta ganarle al resto. Para lograr algo así deberá realizar alguna actividad de una forma más que competente, casi llegar a la perfección. En ese proceso se fuerza uno mismo en lograr una técnica depurada. La excelencia es el objetivo.
X: Y quien gane sin tenerla, sería un tramposo. Por eso hablan de ser sano al momento de competir. Seguir las reglas tal como están planteadas.
Y: Intento ir más allá. Tú ya estás diciendo que el competir es algo normal. Que hacer algo de forma compulsiva hasta llegar a un nivel de destreza máximo es una conducta natural del ser humano.
X: ¿Acaso en este mundo no todo es competencia? No solamente el ser humano y sus acciones, también los genes y hasta la forma en cómo hemos sido concebidos. Existe algo en nuestra raíz como seres vivientes que lleva una voluntad de estar sobre el resto.
Y: Eso solo lo estás especulando. Infieres de esa manera para que te los puedas explicar. La cuestión es que no hay certeza de que sea así. Hasta se ha puesto en entredicho lo de Darwin y la evolución de las especies. Eso de la supervivencia del más fuerte…
X: Bueno, bueno, no nos desviemos. ¿Hacia dónde quieres llegar? ¿Dices qué está mal competir?
Y: No necesariamente las acciones son malas o buenas, sino lógicas o absurdas. Me quiero centrar en los deportes, como para usar un ejemplo más claro y del que sacamos muchas analogías para explicar los acontecimientos del mundo. Ahora acaban de culminar las olimpiadas y hemos visto miles de deportistas competir por una medalla de oro. Te pregunto: ¿En algún momento no te pareció absurdo lo que viste?
X: Lo disfruté. Ver a los mejores deportistas del planeta ejecutar su actividad con la mejor destreza posible es un deleite. Un placer estético por decir algo.
Y: ¿Pero hay más después de eso?
X: Los ganadores estaban orgullosos de ver las banderas de sus países en lo alto. Los perdedores estaban tristes, aunque algunos parecían que solo fueron a competir sin demasiadas pretensiones. Quizás anhelaban romper sus records personales o nacionales.
Y: Acuérdate que también hubieron casos de atletas que declararon sobre el estrés y la frustración.
X: Es cierto.
Y: También se vio a otros atletas lesionados, llorando o resignados al ver la superioridad de los rivales.
X: Sí, eso lo vi también. Al punto.
Y: Insisto. ¿No viste nada extraño en todo eso? Al final de la maratón, algunas competidoras terminaron en silla de ruedas por el esfuerzo. ¿Te diste cuenta de los cuerpos maltrechos de los deportistas luego de las pruebas olímpicas? Eran terribles: rodillas inflamadas, pies descarnados, golpes y arañones por toda la piel. Agregando del daño psicológico que estos atletas han sufrido para exigirse a sí mismos con el objetivo de conseguir una medalla olímpica.
X: ¿Y no crees que ese es el precio para lograr la perfección?
Y: ¿De qué les puede servir un record mundial? Es solo una cuestión de ego. El deporte de competencia es un juego de niños llevado a la adultez. Destrozan su organismo para lograr marcas sin más trascendencia que el que la sociedad en la que vive le da. Sí, viven el goce de la gloria si triunfan, pero son los menos. La mayoría tienen el organismo de hombres o mujeres de sesenta años a los treinta y en muchos casos, sin pena ni gloria. ¿Y para qué? Para entretener a un grupo de personas y que vivan la ficción de que sus triunfos son de ellos también.
X: Eso es muy radical. Las personas buscan sus objetivos e intentan llegar a ellos. Cualquier actividad llevada al extremo, produce esos traumas físicos o psicológicos.
Y: ¡Existen eventos mundiales donde se incentiva eso! Es un horror. La frase: “En mente sana, cuerpo sano”, aquí no goza de ninguna credibilidad. La lógica de hacer deporte, de cultivar el cuerpo se encuentra en desarrollarlo con armonía, no atrofiarlo, traumatizarlo, desangrarlo y desgastándolo con imprudencia. Qué de sano puedes hallar en la anatomía de un individuo que ha llevado la alta competencia como modo de vida. Percibo algo perverso en las competencias deportivas de alto nivel.
X: ¿Un abuso del cuerpo del ser humano para el entretenimiento de la sociedad? ¿Algo así como los gladiadores romanos?
Y: La diferencia es que en este caso el sufrimiento es lento y doloroso. Y mientras se soban sus dolores, ven sus trofeos y medallas repitiéndose en silencio: “no pain, no gain”.
X: Olvidas que quizás esa es su función en la sociedad. Fabricar la ficción de que aquello que todos poseemos (el cuerpo), puede hacer actividades maravillosas si nos lo propusiéramos. Es una muestra de lo increíble que es nuestra anatomía.
Y: Puede ser, pero ¿es necesaria esa visión?, ¿no crees que es una manera de institucionalizar la competencia en otras áreas de la sociedad?, ¿no nos están romantizando el sufrimiento?
X: Si lo hacen, es de forma inconsciente. No olvides que ese sufrimiento es uno de los pocos que al terminar de padecerlo, nos sentimos mejor que antes. No nos deja en la lona, al contrario, podemos tener el cuerpo deshecho pero el ánimo en las nubes. Existe cierta gracia en retar a nuestra propia naturaleza.
Y: ¿Cuál sería el propósito de todo ello?
X: ¿Y por qué todo lo que hace el ser humano debería tener un propósito? Mira la fe y la religión. Competir es también mantener la fe de que uno al final vencerá sobre el resto a pesar de ver en la realidad que no es muy posible. De lo contrario, no estarían repletas de deportistas las olimpiadas.
Y: Ah. Si obtener un reconocimiento como un trofeo, medalla o diploma es una asunto de fe, entonces ahí sí tendría sentido, pues ¿cuántos latigazos tendríamos que darnos para llegar al cielo?