CARTAS CHILANGAS (XVIII)

Juan Patricio Lombera










Cartas al fondo de mi alma

VI

Gabriela y yo nos reconciliamos y decidimos centrarnos en nosotros, en lugar de pensar en política o su próximo viaje. Como ya estábamos en vacaciones, nos veíamos todos los días y cada vez que sus padres viajaban al interior de la república por el trabajo de él como agregado cultural de la embajada. Allá donde los residentes franceses organizaban un acto cultural, allá que se tenía que desplazar con su esposa el buen hombre. Por ello no era raro que Gabriela se quedara sola en casa un par de días. Eso sí, en aquellas ocasiones tenía que madrugar para evitar la llegada de las sirvientas y correr el peligro de que éstas le fueran con el chisme al patrón. La vida era bella, pero en septiembre se iría. Por eso, no queríamos despegarnos el uno del otro.

Amanecer en sus brazos me producía una gran alegría para luego tornar en tristeza cuando recordaba que quedaba un día menos. A mis padres les decía que iba de fiesta con los amigos, cosa que les resultó bastante sospechosa, pero nunca llegaba en estado calamitoso, se regocijaban de ver lo responsable que era y me permitían el capricho. Otro de los elementos que se alineaban con nuestras intenciones, era que el despacho de abogados en que iba a entrar como pasante, no me contrataría sino hasta septiembre. Teníamos prisa de amarnos. Hablábamos de volver a reunirnos en el futuro, tras los estudios de ella y creábamos nuestros castillos en el aire de donde viviríamos. Ambos sabíamos en nuestro foro interno que se trataba de una dulce mentira. Nunca más nos volveríamos a ver o cuando lo hiciésemos ambos estaríamos casados y con hijos. Pero para qué amargarnos la vida.

Fue quizá la única vez en mi vida que viví una pasión con ánimo de sacrificio. La amaba y solo quería que fuese feliz por encima de todas las cosas. Menos mal que nadie lee estas cartas que Fidel tira al basurero. Si les echaran un ojo en el trabajo me despedirían por cursi. Ella, a su manera, también buscaba mi felicidad o al menos suavizar el dolor de la separación.

Aquellos días solíamos ir a exposiciones, al cine o teatro y, alguna vez, incluso a la opera. Por supuesto, mi presupuesto no me permitía llevar ese tren de vida, pero a ella no le importaba compartir los recursos de su padre conmigo.

Cuando ya sólo quedaban dos semanas para que ella tomase su vuelo de Air France a París decidí organizarle una fiesta sorpresa en casa de mi amigo Alfonso. Nunca me arrepentiré lo suficiente de aquella decisión.

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