Y ASÍ SE CUENTA LA HISTORIA: “Para que no te mueras tan rápido”

Ítalo Costa Gómez











Debo admitir que con los años me he vuelto un poco más maniático de lo que siempre he sido. Desde el orden en el que tomo el café en las mañanas o los horarios en los que escribo hasta en las vitaminas que tomo, que no son pocas.

Tengo una costumbre adquirida de generación en generación desde que entré a la base tres. Cada mañana al despertar tomo un complejo multivitamínico, una cápsula en gel de colágeno (para las articulaciones y la piel), una pastilla blanca gigante de calcio (para los huesos, dientes y uñas) y una que es naranja que es algo así como extracto de lo mejor del pescado que me mandó una prima desde los Estados Unidos para la vitalidad.

[Vitamina A. Vitamina B. Vitamina B1. Vitamina B12. Vitamina C. Glucosamina. Calcio. Vitamina D. Vitamina E. Vitamina K. Niacin. Biotin. Iron. Magnesio. Zinc. Toditiiiiiiito para ti]

Todo eso tiene un orden. Primero una. Quince minutos después la siguiente. Una antes de la ducha y así cada mañana de la existencia. No sé qué tanto me ayuden, pero me encanta mi rutina pepera. Me complementa el alma y me da energía. ¿Qué mejor?
No me hubiera percatado de lo fuerte de mi manía si el Chucky de mi amiga no me lo hubiera hecho notar.

Cuenta la historia que me había quedado un fin de semana en casa de Lorena. Ella tiene dos niños maravillosos. Una bebita y Julián de ocho. Este último tiene la visión de un artista y la personalidad de un explorador.

En la primera mañana de ese sábado nos despertamos llenos de planes y listos para arrancar con nuestro itinerario. Sentados conversando en la mesa de la cocina mientras desayunábamos saco una bolsita plástica que contenía mis múltiples vitaminas y las puse sobre la mesa. Las saqué todas en un platito. Eran varias pastillas.

[Algo anda mal, mal, algo falla. Dando vueltas por tu cuarto sin sentido, esperando algun milagro y no pasa nada. ¡Oye! te hacen falta vitamiiiinas. ¡Oye! te hacen falta vitaminaaaaaaaaas]

– Tío Ítalo, ¿estás enfermo? – más curioso que preocupado.
– No, hijo. Son vitaminas que me ayudan a sentirme vital. Con energía.
– Y si no las tomas, ¿no te sientes con energía?
– Sí, pero no es igual. Me ayudan.
– Mi abuelo también toma bastantes, como tú. – Serio el chibolo. Compartiendo.

En ese momento yo ya quería estrellar al bueno de Julián ante la mirada de su mamá que miraba con gracia la escena.

[A ver pe, chibolo. Parao y sin polo]

– Ajá. Tal cual como tu abuelito. Es una costumbre. Las tomo a esta hora siempre.
– Ah ya. Es para que no te mueras tan rápido. Aunque igual te vas a morir. – Y siguió comiendo su cereal Captain Crunch como si no solo me hubiera dicho que tenía las horas contadas y que estaba tomando las pepas por las huevas.

Miré mis pastillitas deprimido hasta el tuétano y me las tomé como si de cápsulas de cianuro se tratara.

Pasamos un lindo fin de semana y se acercaba la Navidad. Siempre tengo un detallito con los hijos de Lore porque los he visto crecer y ahí maquiné mi pequeña venganza con el critter. Le compré un pote de vitaminas para niños de los Picapiedras (Flintstones gummies) y le puse una notita:

– Para que crezcas grande y fuerte, querido Joaquín. Ahora serás como tu abuelito y tu tío Iti. ¡Feliz Navidad!

No sé si las tomó, pero sé que su mamá se ahogó de risa durante días por el resultado de mi ego herido y mi revancha navideña.

¡Imagínense ustedes tremenda osadía, pequeños mutivitamínicos! Osea que uno no puede tomar una vitaminita B que ya es una vieja decrépita ad portas de la tumba.

Qué depresión. ¿Dónde está mi Supradyn que quiero vivir un día más? Se me caen los cartílagos. Se me deshacen los huesoooooooooooooooooooooos. Ayúdenmeeeeeeeeeeeeeeeeee. ¿Dónde está el Dr. Tomás Borda cuando más se le necesita? Necesito tu consejo para soportar la vejez, hermano mayor.

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2 Respuestas a “Y ASÍ SE CUENTA LA HISTORIA: “Para que no te mueras tan rápido”

  1. No soy yo de tomar muchas pastillas, de ningún tipo. Aunque ya en la ruta del 7, a saber lo que a algún médico se le ocurra mandarme alguna vez. Yo, por si acaso, no los visito y cuando me enfermo algo, me tienen que llevar a rastras al ambulatorio, como a niño chico. Aversión a las batas blancas desde chibolín, tú, yo lo que yo te diga. Cuando llegue la hora, llegará y si he de tomarlas, las tomaré, pero así de «motu propio», ¡una leche chaval! Pero allá cada cual. Tú ya habrás hecho el cursillo de adaptación de todas formas. Ventaja que me llevas. Te cuidas, Italito. Abrazote.

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