Y ASÍ SE CUENTA LA HISTORIA: “El mal reencuentro y el comercial de Claro”

Ítalo Costa Gómez









Cuando era chico hice algunos comerciales en la tele. Mi papá y sus amigos manejaban una agencia de publicidad y siempre contaban conmigo para participar de los spots ya que era un «modelillo presupuesto cero» al que podían siempre recurrir. Recuerdo con cariño uno que hicimos sobre el recetario Nicolini en el que debía comer tallarines y poner cara de «Oh, my Goooood!!! Estos fideos son la gloria gloriosaaaa». Fue muy divertido. También recuerdo uno que hice para el diario «Onda». Ahí debía levantar la mirada – más no la cabeza – para la toma final y no me salía. Se repitió un millón de veces ante la risa de los camarógrafos y la muy paciente directora. Guardo lindos recuerdos de varios spots. Eran lindos tiempos.

Hace poco recibí la llamada de un amigo publicista que estaba a cargo de la nueva campaña de Telefonía celular «Claro» y para pasarla más paja me llamó a participar. Debía salir bailando con un grupo de personas en un centro comercial de lo feliz que estaba de ser un nuevo «Prepago Chébere». Sonaba divertido y atraqué sin siquiera preguntar cuánto era el bolo porque lo yo quería era pasarla bien. Las cosas no salieron como pensé. Jacarandoso destino el mío. Eso lo tengo más claro que CLARO.

[Este es el tema del verano, el que vas a cantar y bailar en todos lados. Te habla del sol, de la arena y de las olas y tiene un estribillo que se te pega, que se te pega y nunca despega. Clavo que te clavo la sombrilla, clavo que te clavo la sombrilla, pero claro que te clavo, que te clavo la sombrilla
¡aaaaaaaaaaah! que te clavo la sombrilla]

Cuenta la historia que me citaron en el Jirón de la Unión. Habían un montón de personas. Cuando mi amigo me encontró entre la multitud me llevó donde el director del comercial. Resulta, pequeños figurettis, que ese caballero me odia desde siempre. Hace como un año les conté un relato sobre una venganza – que nunca es buena, pero no me mató el alma, chavito – que logré ejectuar contra él (si no la recuerdan les dejo el link al pie de esta historia). El cerdo malvado y gago ese con el que he tenido roces durante toda mi carrera gracias a su horrible forma de ser, sus ganas de destruir a las personas que le rodean y su envidia malsana contra todo gay al que le pueda ir un poco bien en la vida; era el que dirigía el comercial de ñoña. Mi amigo, el jefe de casting, no tenía idea de que Eugenio y yo éramos enemigos naturales. Cuando lo vi se me pasmó el feto y no pude disimular el fastidio.

– Hola, Eugenio. Tiempo que no te veo. – Yo no sé mentir, disimulo mal.
– ¡Ítalo! ¿Así que sigues bailando? No veo progreso. ¿No estás un poco entrado en años para bailar en un comercial? – muerto de risa.

Y ahí estaba el rechucha y su energía horrorosa. No había cambiado ni un poquito. Tuve ganas de voltearme y no grabar nada, pero era aliviarle el fastidio y no way, baby. Si voy a perder una guerra lo voy a hacer peleando. Yo no me rindo, querido. Gáname luchando.

– Puede ser, pero aquí estamos viéndonos igualitos a hace diez años atrás. Tú sigues igual de gordo solo que ahora veo que transpiras más. Los años te han puesto grasosito. Me da pena… Bueno, voy a maquillaje para verme aún mejor y espero tus indicaciones.

Me volteé más feliz que nunca. Así me sacara de la grabación yo ya me sentía satisfecho. Me engominaron el pelo y me dieron unos jeans alucinantes. La ropa era increíble. Me avisaron que ya estaban todos listos.

Me pusieron varias melodías y me dijeron que diera vueltas con un par de patas y unas chicas guapísimas que me acompañaban. Eugenio no decía una palabra y yo fui muy profesional en cada toma. Cuando acabamos me acerqué a despedirme.

– Cómo dijo periquito, yo me quito. Gracias por todo eh y te deseo suerte.
– Chau, Ítalo. Gracias por tu participación, espero que tus bloques salgan, no estoy muy seguro. Le voy a dar una chequeadita. No me convencen tus pasos chuecos.

[Ya sabía ya. No iba a salir mi parte. Se moría primero]

Le sonreí con la serenidad de la Mona Lisa:

– Tú tranquilo. Como se vea mejor. Por cierto, puedes quedarte con mi bolo porque tú lo necesitas más que yo. Vine a divertirme y me la he pasado bien. Cuando quieras te enseño un par de pasos para ver si logras sacar algo de cintura. ¡Me llamas a mi prepago chébere!

Me fui sin cobrar un centavo, pero sintiéndome un rockstar. La vida te da revanchas y dejo este relato como constancia. A lo mejor este verano me llaman para que publicite la nueva margarina y me ves ahí pasando la Manty. ¿Tú qué sabes?

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