Carlos E. Luján Andrade

Con los descubrimientos de las sondas Mariner en Marte en los años setenta, se vinieron abajo las ilusiones de los amantes de la ciencia ficción por encontrar ríos torrenciales en su superficie, seres fabulosos y a una pequeña réplica de lo que es el planeta Tierra. No era del todo desconocida la naturaleza de dicho planeta, pero como la imaginación a veces es más intensa que la realidad, algunos se resistían a creerlo. De por sí, la ciencia ficción despierta el interés por explicar lo que aún no comprendemos. Nos adentra en un futuro extraño en el que el mundo imaginado nos eleva hacia verdades imposibles aún, pero aparentemente lógicas.
Cuando nos adentramos en ella, el espíritu explorador del ser humano se despierta. Es así que nos planteamos preguntas que sin aquellas realidades ficticias no nos las haríamos. ¿Qué despabilaba en la imaginación infantil los viajes interestelares, los que se hacen al centro de la tierra o a través del tiempo? Poco a poco y conforme uno va conociendo esos universos fantásticos, buscamos que sean tan reales como sea posible. Nos interesamos que nuestras leyes físicas sean también válidas en lo que muestran tales historias fascinantes. Mientras más compatibilidad con lo verdadero sentimos que aquel mundo descrito puede ser posible.
Los escritores de estas historias recurren a descripciones técnicas que tal vez el lector no tendría idea de ellas si es que no fueran expresadas en esos libros. Un lector inocente comenzaría a familiarizarse con dichos conceptos a pesar de no ser explicadas en su totalidad; no obstante, ya de soslayo, está introduciendo a un lector neófito en ciencia hacia este campo. Es evidente que varias historias que se desarrollan en el marco de la ciencia ficción no podría retar realmente a la ciencia verdadera, sin embargo, al menos hacen que esta se ponga en debate y discusión entre sus lectores.
Otros tendrán mayor curiosidad y darán el paso definitivo a las ciencias reales. La imaginación quiere hacer realidad lo que ha aprendido a soñar con esas irrealidades cósmicas y lo llevará a descubrir lo fascinante que es la ciencia. En “El cerebro de Broca”, Carl Sagan, tan amante de la ciencia ficción como de la ciencia real, nos dice lo siguiente: “La ciencia ficción me ha llevado a la ciencia. Encuentro la ciencia más sutil, más complicada y más aterradora que gran parte de la ciencia ficción. Basta con tener presentes algunos de los descubrimientos científicos de las últimas décadas: que Marte ésta cubierto por antiguos ríos secos; que los monos pueden aprender lenguajes de centenares de palabras, comprender conceptos abstractos y construir nuevos usos gramaticales; que existen partículas que atraviesan sin esfuerzo toda la Tierra de forma que hay tantas que emergen por debajo de nuestros pies como las que caen desde el cielo; que en la constelación del Cisne hay una estrella doble, uno de cuyos componentes posee una aceleración gravitacional tan elevada que la luz es incapaz de escaparse de él: puede resplandecer por dentro a causa de la radiación, pero resulta invisible desde el exterior. Frente a todo esto, muchas de las ideas corrientes de la ciencia ficción palidecen, en mi opinión, al intentar compararlas”.
No está más decir, que a veces, obviar la naturaleza de la ciencia en las historias que aparentemente explican lo imposible, llevan a distorsionar la idea de esta. La causalidad deja de tener importancia para reemplazarlo por lo inexplicable y lo fantasioso. Las historias de magos y duendes o fantasías disfrazadas de posible realidad, podrían confundir a los lectores distraídos y pretender que aquello que carece de un porqué puede ser verdadero. Un mero entretenimiento que se disfraza de posibilidad y tiende a confundir al resto. Carl Sagan afirmaba que existe una ciencia ficción “[…] disfrazada de hechos en una vasta proliferación de escritos y organizaciones de creyentes pseudocientificos. Un escritor de ciencia ficción, L. Ron Hubbard, ha fundado un culto con no poca aceptación llamado Cientología, inventado, según me han referido, en una sola noche tras una apuesta, según la cual tenía que hacer lo mismo que Freud, inventar una religión y ganarse la vida con ella”. Según Sagan, las historias clásicas de la ciencia ficción han quedado institucionalizadas y son tomadas como verdaderas tales como los platillos voladores o la teoría de los antiguos astronautas. Por eso, este célebre astrónomo consideraba que la ausencia de la verdadera ciencia y los hechos que pueden ser sustentados válidamente en los relatos y las distorsiones del pensamiento científico que se dan a veces en la ciencia ficción son oportunidades perdidas. Y agrega: “La ciencia real puede ser un punto de partida hacia la ficción excitante y estimulante tan bueno como la ciencia falsa, y considero de gran importancia aprovechar todas las oportunidades que permitan inculcar las ideas científicas en una civilización que se basa en la ciencia pero que no hace prácticamente nada para que ésta sea entendida”.
Nos podríamos aventurar a afirmar que la ciencia ficción nos adelanta a un mundo ajeno. Los secretos de la ciencia una vez develados, construyen nuevas sociedades y civilizaciones. Acercarnos con la imaginación a mundos extraordinarios pero científicamente posibles, garantizan que podremos mantener nuestra supervivencia en una realidad que no se nos va desbordar porque ya nos la esperábamos.