Helena Garrote Carmena
Por las mañanas, cuando mi madre se iba a trabajar, nos pedía varias cosas:
—Venid derechos a casa, haced los deberes y no abráis a nadie. Y cuidado al calentar la leche.
Al salir del cole corríamos a cambiarnos de ropa y nos bajábamos a la calle. Detrás de nuestro bloque había un solar al que nos colábamos saltando una tapia. Entre toda la pandilla encendíamos una fogata con papel y palos y pasábamos la tarde alrededor del fuego. Mientras los chicos jugaban a pegarse, decían palabrotas o competían a ver quien escupía mas lejos, nosotras hacíamos corrillo y cantábamos, o nos contábamos lo que habíamos soñado, o elegíamos cuál de los que escupían nos gustaba más. Las horas pasaban volando. Al anochecer apagábamos la hoguera y regresábamos a nuestras casas.
Cuando mi madre llegaba, se quitaba los zapatos y se sentaba un momento a descansar.
—¿Habéis comido?
—síí…
—¿Ha llamado alguien?
—noo… —contestábamos al unísono, sentados alrededor de la mesa con los libros y los cuadernos abiertos por cualquier página.
Luego se levantaba y se preparaba para hacer la cena.
Siempre se enfadaba porque la leche había rebosado por la cocina de gas. Un dia lloro y todo.