Los quehaceres de Fernando Morote

José Pastor González

La noche estrellada (1889)-Vincent Van Gogh

 

 

«Los quehaceres de un zángano» es un collage de relatos, poemas, páginas de un diario personal, reflexiones, vivencias, recuerdos…

«Los quehaceres de un zángano» es un puzzle autobiográfico y de ficción, de realidades y sueños, de historias y ajustes de cuentas, de esperanzas y necesidades… que el lector deberá montar para llegar a conocer y comprender al personaje central de la novela.

Federico Barrionuevo, el personaje principal de «Los quehaceres de un zángano» (Ediciones Erradícame, 2018) es un treintañero lleno de conflictos internos, que busca encontrar un lugar en el mundo, que busca darle un sentido a la vida, en un mundo que no entiende y no le entiende. Lo intenta de todas las maneras posibles, estudiando Derecho (como esperaban sus padres), abandonando los estudios para trabajar en trabajos no cualificados, apuntándose a cursos y seminarios de teatro o filosofía para dar salida a sus dotes creativas/artísticas, bebiendo y drogándose hasta perder el control… Finalmente encuentra una oportunidad en la escritura y en el amor (a Valentina). Federico Barrionuevo se enfrenta a su realidad, a sus frustraciones, a sus miedos, a su pasado y a su futuro, y al Perú de los años 90, agarrándose desesperadamente al amor y a la escritura. En esta lucha constante por reconstruir su vida, por darle un sentido a la vida, hay desgastes, incertidumbres, poemas, literatura, amigos, amor, ilusión… pero no lo tiene fácil, nadie lo tiene fácil, para encontrar ese lugar en el mundo que tan pocos consiguen.

Fernando Morote, autor de «Los quehaceres de un zángano» (y del poemario «Poesía Metal-Mecánica» altamente recomendable e irreverente), escribe con rabia, a veces hasta con rencor, con una prosa cuidada y directa, salvaje e incendiaria, a veces grosera e hiriente, siempre con ironía y originalidad. Fernando Morote gusta y busca provocar, perturbar, hacernos cómplices, hacernos replantearnos cuestiones y certezas, y en «Los quehaceres de un zángano» muchas veces lo consigue.

«En medio de esta febril actividad, pese a que muchas veces terminaba ahorcándome o apuñalando innecesariamente a alguien, empecé a sentir que si quería seguir sobreviviendo necesitaba seguir escribiendo. Había encontrado en el acto de escribir un médico, un sanador, un amigo íntimo que me consolaba y aliviaba mis heridas»

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