Marcos Tabossi
Foto-Natalia Giumelli
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Mamá no me quería llevar. La escuche decirle a papá que no es un lugar para mí, que me llevaría a lo de Margarita. Pero mi papá dijo que sí, que así es la vida y que tengo que hacerme hombre. Bueno, entonces encargate vos, dijo mamá. Entonces papá me llamó y me dijo que tenía que hablar de hombre a hombre. Sí, ya sé, la abuela se fue con Jesucito, le dije.
Había un montón de gente: todos alrededor de mi abuela, como esperando que hiciera algo. Estaban mis tíos, mis primos y los amigos de mis hermanos. Había facturas y gaseosas. Lo único malo es que no me dejaban jugar. Mi mamá me preguntaba, cada dos minutos, cómo estaba. No me creía cuando le decía que bien y me volvía a preguntar.
Mi abuela, en cambio, estaba blanca, más blanca que de costumbre.
Cuando nadie me miraba hice puntas de pie y le besé la frente. Estaba tan fría que me dieron ganas de lamerla. Así que le pasé la lengua: estaba salada, rica. Le dije, al oído, que me perdonara, que le había mentido, que había sido yo el de la foto del abuelo, que se la había sacado porque no quería verla llorar más cada vez que la veía, que acá estaba. Puse la foto abajo de su espalda y le agarré la mano. El señor de traje dijo que era hora de cerrar el cajón y algunos empezaron a llorar. Mi abuela me apretó fuerte la mano y después me soltó. Un poco me hizo doler. Papá me alzó y me llevó con mamá para que cerraran el cajón.
A la noche, cuando me saqué el pantalón para acostarme, estaba, en el bolsillo de atrás, la foto del abuelo. Ya sé, abuela, ahora estás con él y no necesitas ninguna foto.
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