Fernando Morote

—Hola, Marta. Gusto en saludarte. ¿Está tu esposo en casa? Lo he estado llamando al celular desde temprano, pero no me contesta.
—¿Sabes qué hora es? —preguntó la esposa del Narizón— ¿Te parece apropiado llamar a medianoche? Trabajamos todo el día. Necesitamos descansar.
El Doctor no alcanzaba a comprender el enojo de la señora. Aunque tampoco desconocía que sus códigos de comportamiento nunca habían estado en sintonía con los de sus semejantes.
—Disculpa —dijo—. Ese reporte es muy importante. Llamaba para recordárselo. Sería ideal tenerlo listo mañana temprano.
—Muy bien —contestó Marta—. Yo le diré. ¿Está bien si te lo entrega a mediodía?
Al Doctor no le simpatizó la respuesta. Hizo una mueca de decepción al auricular. De motivador pasaba con suma facilidad a acosador. Pero no muchos entendían la pasión que imprimía a sus compromisos personales. Cuando los abrazaba, tenía energía suficiente para arrastrar multitudes y no dejarlas comer, dormir ni respirar.
—Lo estaré esperando —dijo, sin ocultar su falta de entusiasmo—. Gracias. Buenas noches.
Cuando colgó, intentó reanimarse con el hecho de que su lema —“Orina en tu casa, no en la calle”— fue adoptado por unanimidad como símbolo escrito del Comando Meón.
El baile, finalmente, había empezado.
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