La Luna de Méliès

Mariana Ruíz

Luna

«Las películas tienen el poder de

capturar los sueños.»

Georges Méliès

.

–Duerme niño –le dijo al oído mientras acaricia su semblante y despeina sus cabellos.

De su boca, resuenan las últimas palabras de la novela De la tierra a la luna, de Julio Verne.

La imaginación de padre e hijo, inunda la habitación de extraordinarias fantasías lunares y viajes invencibles. Fantásticas visiones de mundos extraños envuelven al astro plateado y falta poco… para que las sombras broten de la oscuridad y abracen en un ensueño tranquilo y profundo al niño pequeño que descansa en la cama.

Luna bañada de lustrosa plata, serena y curiosa, vigila su lecho escoltando su sueño y espera, a que el pequeño hombre la pueda alcanzar.

Ojos rendidos de abatidas lunas llenas se esfuerzan, en un intento por mantener despierto mente y corazón, para seguir oyendo lo que padre narra.

Y sueñas…

Luna, testigo ocular de todos los tiempos.

Luna, que todo lo ves, lejana e inalcanzable.

Hombres curiosos, debaten, piensan y especulan. La pizarra se colma de ilusorias teorías y esquemas enloquecedores y reflexionan… ¡Cómo poder llegar!

Luna: ¡Despierta! Abre tu grandiosa vista.

En un cohete a gran velocidad vuelan hasta ti y se estrellan en tu ojo observador. El hombre asombrado, cae rendido a tu demoledora voracidad.

Y tú, luna de cristal, que no comprendes que ha sucedido, miras a los pequeños hombres saltarines.

Te observan.

Te admiran.

Bailan al son de la algarabía.

Te fastidias. Y en un intento de aquietar el descontrol generado por el impacto de aquellos seres, mujeres celestiales, sentadas en medias lunas, vigilan las ilusiones compartidas de los hombres revoltosos que, con sumisión, se entregan a un sueño demoledor mientras, cenizas de luz caen sobre sus cuerpos cansados.

Estrellas humanas observan el descanso hondo de los hombres que sienten tu porosa y blanca superficie.

El hombre, por fin, abraza el sueño de poder acariciarte.

¡Corten!

De a poco abres tus ojos y esbozas una sonrisa. Recuerdas al niño que se dormía con los viajes de Julio Verme. Recuerdas a tu padre relatando aquellas aventuras.

Solo los finales felices existen en las películas, reflexionas.

Y hoy, estas aquí, frente a la luna de cartón, con el sueño de aquel niño hecho realidad.

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