María Zaragoza
Apareció congelado en Astorga y dijeron que había muerto de no contestar una llamada telefónica. Dedujeron que era el ángel de alguien, ese ser que enamora, llega y pone la vida patas arriba, desordena, hace perder el apetito y el sueño y a veces hasta mata, por sus ojos verdes, su sonrisa helada en el rostro perfecto y por sus alas, blancas, suaves a pesar de la escarcha.
Los que lo encontraron se lo echaron a suertes. Todos lo querían para el salón de su casa, muerto incluso, porque el atractivo de su cuerpo a cualquiera le pegaba con las cortinas. Al final decidieron donarlo al ayuntamiento por no discutir. Era tan hermoso, tan perfecto dentro de su hielo…
Se preguntaron porqué no contestaría la llamada del que supusieron amante insistente y desesperado. ¿Desgana? ¿Pereza? ¿Dejadez? ¿Olvido? Trataron de imaginar el rostro del amante que llamó. Sería una mujer triste que fingía ser alegre. Y luego se quedó triste del todo. Y del frío de sus lágrimas surgió la maldición del hielo. ¿Por qué no contestaría la llamada?
Tan hermoso… el hielo se traga lo bello para conservarlo, para que nunca sea capaz de decir nada. Nunca contestó y quedó muerto, el ángel, en Astorga, dejando una duda en los labios del pueblo. ¿Por qué los amados no contestan al teléfono?
Cuando lo trasladaban, se le cayó el trozo de tela que le vestía, y congelada como estaba, se destrozó contra el suelo. Nada, la nada más absoluta de cintura para abajo. La ausencia, que es casi peor.
–Qué pena, tan hermoso.
Y la respuesta a todos los porqués: También el ángel tiene miedo.
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Extraído de “Microantología del microrrelato II”, de Ediciones Irreverentes.