Pedro A. Curto
María Benz, una artista callejera pasea por las calles del París de 1930 en medio del bullicio urbano. Tiene ojos cristalinos y grisáceos, es delgada, con formas leves, su mirada comunica con todo aquel quien se cruza y no es indiferente a su presencia. Y una de esas miradas, ávidas de experiencias, de descubrimientos, es la del poeta Paul Éluard. Luego del encuentro la mujer saciará su hambre comiendo dos croissants en un café al que el poeta, en compañía de su amigo René Chair, la invitan. Podía haberse limitado a saciar su hambre de artista sin red, pero acababa de iniciarse el recorrido vital de Nusch Éluard.
Hace ya unos años me encontré hojeando diversos libros con un rostro y un cuerpo que llamaron mi atención; era una mujer de piel pálida, unos ojos que hablaban a la vez que ocultaban, un cuerpo leve y etéreo. Por su apellido supe que era la mujer del famoso poeta francés, de hecho en una de las fotografías, de Man Ray, él la besaba en la frente mientras ella permanecía con los ojos cerrados, aunque con uno ligeramente abierto, como si recibiese la caricia labial en ese particular estado que son las sombras de la ensoñación. Y es que el sueño parecía acompañar a esa mujer-sombra, como en otra foto, con el torso desnudo, el brazo sobre la cabeza, igual que si navegase entre las brumas de un pensamiento onírico. También descubrí un retrato de Magriette posando con un sombrero, y varios de Picasso, algunos de los cuales la desconstruía a su particular manera. En dos imágenes de la fotógrafa Dora Maar presenta un aspecto inquietante: lanza una mirada al abismo o quizás a un espejo donde se refleje ella misma, las manos sobre el rostro, con unos dedos de uñas pintadas hundiéndose en la carne, como si buscase algo en su interior. En la otra fotografía, con la misma imagen, el rostro palidece y es rodeado por una telaraña, provocando una sensación claustrofóbica, de cárcel interior. “Los años os acechan”, es el título de esas fotografías, o como dijesen los versos de Miguel Hernández: “Algún día se pondrá el tiempo amarillo sobre mi fotografía”. Y mis ojos contemplaban muchos años después esos retratos, esas pinturas, sin poder evitar sentirlas con toda la vida que contenían. Pero, ¿quién era Nusch?
Acaba de aparecer una biografía de Nusch Éluard escrita por Chantal Vieuille que me ha desvelado parte del misterio. Se trata de una biografía notable, llena de lirismo, cuenta su vida sin una proliferación de datos que empantanen la narración, tampoco utiliza una novelación que inventa sin atenerse a la realidad, sin caer tampoco en la hagiográfico o en lo contrario, cuestiones que suelen abundar en las biografías. Llegar al personaje por el conocimiento, pero con unas ciertas dosis de emoción. Y también palpar un interesante periodo cultural de la historia como fue el Surrealismo, el de Man Ray y Dora Maar que la fotografiaron, el de Picasso que la retrató, el de Paul Éluard que la amó y escribió versos: “Sin preocupación, sin sospechas./ Tus ojos se entregan a lo que ven:/ son vistos porque ellos miran.” Es también la musa de “Libertad”, el famoso poema que circuló clandestinamente en Francia durante la ocupación nazi, aunque su nombre no esté, porque Nusch-Libertad, es posible fuesen para él sinónimos.
¿Y qué hizo Nusch? Aparte de unos collages, no hay más rastro de su arte, pues como dijo Oscar Wilde, convertir en arte la vida es algo que solo pueden alcanzar los privilegiados y ella lo consiguió. En una época donde las mujeres aún no tenían derecho al voto, donde hasta los trasgresores surrealistas eran una amplia mayoría de hombres con pocas inquietudes por igualdad alguna, su sola presencia, su prístina libertad, supusieron un desafío y ella se impuso. La circunstancia de cruzarse con Paul Éluard ha conseguido que posea su pequeño rincón en la inmortalidad que quizás no hubiese alcanzado la muchacha que ya desde niña trabajaba en un teatro familiar, uno de cuyos números consistía en librarse de las cadenas que la ataban. Quizás ella lo intentó como sabía, haciendo libre su cuerpo, posando, consiguiendo que los demás se inspirasen con su ser frágil, hablando, aunque no tengamos una sola palabra de lo que fuesen sus pensamientos o sus ideas, ahí está la radicalidad de la musa: la mirada, la pose, el cuerpo, como discursos en silencio. Es una pregunta lanzada al aire, una inquietud, un enigma, hay musas que no son sujeto pasivo, sino mucho más, una parte imprescindible de la obra. Esas que permanecen de forma intemporal, las que atraen a pesar del paso de los años, las que pueden cautivar a un individuo de otra época y de otro tiempo. “Tus ojos se pierden en la noche/ para añadir insomnio al deseo.”