Ítalo Costa Gómez

Al inicio la situación en el Perú debido al COVID-19 fue mucho muy espeluznante. Poco a poco la muerte tocaba fibras cercanas por todas partes. Se estaba yendo gente que querías mucho o familiares de gente que amas. Era horrible. Además de los millones de empleos perdidos y la delincuencia desatada. Prácticamente el mensaje del Gobierno era quédate en tu casa encerrado hasta que llegue la vacuna, y si tienes que salir a trabajar porque no tienes cómo mantener a tu familia desde casa entonces reza dos Aves Marías, consíguete un trébol de cuatro hojas y trata de no contagiarte. Punto. No hay más que eso, irreverente querido. Por suerte en mi hogar se pude optar por la primera opción. Fue muy duro tener tu vida paralizada por meses de meses que se convirtieron en años. Sin embargo, era mucho mejor que la idea de imaginar a mi mamá o a mí en la calle estando la situación tan escalofriante y peligrosa como lo estaba. Porque si los noticieros nos mostraban una tragedia espantosa, pues la realidad era muchísimo peor.
Como comprenderán tampoco recibíamos visitas de ninguna clase. Solo hay un familiar que venía insistentemente a traernos frutas, paltas, postrecitos. Por amor. Vive cerca y le gusta engreírnos. Bueno el tío Daniel. Siempre se mantiene en la puerta y nos deja las cosas en una sillita como que fuera una entrega de delivery y la súper desinfecta. Es un amor. Lo único malo es que cuando le regalaron una canasta y al compartirla con nosotros causó una intoxicación en mi pobre madre que la tuvo postrada durante seis días. Imposible no tener cierto grado de paranoia.
Cuenta la historia que era sábado y nos llamó a decirnos que estaba en la puerta. Bajamos y encontramos una canasta grande con camotes y varias botellas de aceite chiquitas que adornaban el arreglo. Era una marca que no conocíamos. Le habían dejado a él de su trabajo varios de estos paquetes y nos regaló los camotitos porque a mi mamá le encantan. Besos y mimos de lejitos; el tío partió.
Esa misma noche mi mamá decidió freír una buena cantidad de camotes para cenar. Decidió usar dos de las botellitas de aceite que venían en el arreglo. Yo solo comí unos cuántos, pero ella se devoró todos los que había frito y buenas noches los pastores.
A la mañana siguiente desperté con un leve malestar estomacal, tenía acidez. Cuando entro a ver a mi mamá al cuarto estaba con fiebre y con manchas rojas por toda la cara y brazos. Me muero. Intoxicada. Los camotes (que chuparon grandes cantidades del aceite, al parecer de muy mala calidad) le habían hecho un daño tremendo al estómago y al hígado porque no podía con la bilis. La estaba pasando muy mal.
Llamé al doctor y le pregunté qué podía hacer. Mandó Bactrim, Paracetamol, Gravol, Amoxicilina y suero líquido. Tuve que encargarme de todo y no dejar tirado mi trabajo. La pobre se la pasó acostada durmiendo durante tres días. Al ver que al día siguiente ya no tenía fiebre y las manchas habían desaparecido pues me tranquilicé bastante. No le conté a nadie, ni siquiera a Bob, el Constructor. No quería preocupar a nadie porque todos ya tienen tanto de qué preocuparse. Día a día mi mamá empezó a mejorar y recién al sexto día ha tenido fuerzas para pararse y bañarse. Poquito a poquito me recibió alimentos y digamos que lo peor ya pasó. Hoy día está bastante mejor. Nunca le dijimos nada al tío Danielito, tan bueno que es, y le preguntamos qué tal le había ido con las papas (las que venían en la otra canasta). Nos dijo que le habían quedado deliciosas, pero que no usó los aceititos que venían porque no le daban confianza. Miré a mi mamá con mi cara de “¿ya ves? Si no mata el aceite la próxima te mato yooooo jajajaja”.
Y así se cuenta la historia de mi semana de enfermero dentro de mi propia casa en aquel encierro total. Gracias a Dios fue solo un susto, pero sí que la pasé mal. No quiero ni pensar en lo que debieron sentir los familiares que tuvieron a alguien grave en el hospital o los que perdieron a un ser querido.
Mi corazón con ellos.
Eres el mejor. Tus escritos son muy buenos. Gracias por compartir con nosotros tu vida.
Abrazo