Ítalo Costa Gómez

Siempre que tengo la suerte de escribir sobre autores tan talentosos y con una pluma muy especial, como es el caso de mi invitado de esta semana, el querido Gustavo Rodríguez me gusta hacerlo en un lenguaje muy sencillo, muy coloquial, porque así es él. Es un exquisito narrador de historias que te lleva a vivir aventuras junto a él con la naturalidad que se admira en los grandes.
He podido conversar y contarles un poco sobre sus últimos libros, como “Madrugada” o “Machista con hijas”, pero siento que Gustavo está frente a un reto muy grande, el escribir desde el lado de la paternidad y mantener un estilo fresco y que mantenga la intriga y las ganas de leer hasta la última página de su ofrenda literaria y quise que en vez de que sean mis palabras las que hablen por él, pues que sea él mismo quién les cuente cómo se siente, qué es lo que busca transmitir y cómo se entrelazan sus obras.
Sin mayor preámbulo los dejo con uno de los mejores novelistas que tiene el Perú. Les comparto mis diez minutos junto a Gustavo Rodríguez.
-¿Qué significó para ti «Machista con hijas»?, ¿Qué te hizo sentir el salir de tu zona de confort e involucrar a las personas que más amas?, ¿Qué sentiste al ver el increíble recibimiento que tuvo en tantos países?
Para serte honesto, ese pódcast y su libro correspondiente son parte del proceso que acompañó la escritura de «Treinta kilómetros a la medianoche».
Mientras que en la novela volqué todo lo que la idea de paternidad había acumulado en mí de forma intuitiva —dentro de una estrategia narrativa, claro—, en el pódcast articulé muchas de las reflexiones que no pude colocar en «Treinta kilómetros…», porque una novela es una novela, y un ensayo es un ensayo. Y la U es la U, jajaja…
Cuando hablas de salir de la zona de confort, en el caso del pódcast lo relaciono con mi experimentación con un formato que nunca había usado y también con haber llamado a mis hijas a que sean parte del proyecto. Obviamente, comprobar que ese trabajo hecho con sesos y cariño ha sido bien recibido en muchos países, calienta bonito el pecho.
En el caso de la novela, la incomodidad la relaciono con haber experimentado con una aventura que crea la ilusión de tiempo real en tramos exactos de camino.
Como ocurre con todo experimento, he cruzado los dedos esperando que el resultado sea el previsto.
-La novela fue siempre tu fuerte. Me resultó un poco inquietante que revelaras que sentías nervios de volver a algo en lo que siempre tuviste éxito. ¿A qué se debió?, ¿Cómo te sientes ahora con el tremendo recibimiento que ha tenido esta nueva aventura?
En el caso específico de «Treinta kilómetros a la medianoche», se debe a la expectativa por haber utilizado una estrategia narrativa distinta de las anteriores y también, lo confieso, porque en esta novela camuflo eso que llaman autoficción dentro de una aventura inventada que simula el tiempo real.
Pero desde una perspectiva general, la presentación de una nueva novela siempre genera nerviosismo porque se trata de un proceso muy personal y disciplinado en el que solo has conversado contigo o, máximo, con pocas personas. Es abrir un horno y ver el resultado cuando ya es muy tarde para remediar algo. Imagino que el pastelero más curtido también siente lo mismo cada vez que abre esa portezuela.
Por fortuna, colgándome de tu pregunta, la novela está teniendo una buena recepción. Debo tratar de mantener la humildad y darme cuenta de que se está aprobando el trabajo de alguien que ya no existe: cada novela se presenta un par de años después de haber sido escrita.
-Siento que siempre se mezcla algo de ficción y realidad en tus novelas; con #Madrugada por ejemplo. ¿Qué tanto hay de ficción y qué tanto del real Gustavo Rodríguez al contar estas historias?
La gran ventaja de los escritores es que ellos son los únicos que conocen medianamente esa frontera.
¿Sabes? Con los años he aprendido que, tratándose de la ficción, los lectores tienden a recompensar la autenticidad tanto como la destreza.
Una manera de asegurar ese intercambio con el lector es echar mano de los sentimientos de tu archivo mental. Invocar personas y acciones que estimulan los recuerdos previos a esos sentimientos es la manera más natural de propiciar esa alquimia.
En «La furia de Aquiles» y en «Treinta kilómetros…» he creado alter egos míos enfrentados a sus pasados y a retos que he imaginado: en ellos he tratado de inocular sentimientos que recuerdo haber sentido y les he metido de contrabando situaciones que recuerdo haber experimentado.
Así que sí, hay una especie de realidad y también de invención en mis novelas, pero nadie conocerá jamás el mapa exacto de sus ubicaciones.
Con los años, conforme envejezca, ni siquiera yo.
-No puedo culminar esta entrevista sin pedirte un pequeño análisis de cómo ves al Perú en este momento (Junio -Julio, 2022). ¿Qué producen los resultados en ti hasta el momento?, ¿Ves una salida?, ¿Mantienes una posición optimista?
Soy optimista, o realista, en la medida que elevo la vista hasta contemplar nuestra historia republicana.
Lo que estamos viviendo políticamente es verdaderamente preocupante, pero no es una novedad: mayores atrocidades políticas hemos sufrido, como golpistas colgados desnudos en la torre de la catedral o el año de la barbarie durante el Sanchecerrismo.
Siempre hemos tenido dificultad para ponernos de acuerdo y para anteponer el bien común sobre el individual. Lo que ocurre es que en los últimos treinta años nos habíamos acostumbrado a haber salido del infierno de los 80 y confundimos crecimiento económico con desarrollo, olvidándonos nuevamente de la importancia de apuntalar nuestras instituciones.
Como nuestra historia es pendular, confío en una reacción ciudadana que nos lleve nuevamente a encuadrar la mira… hasta volverla a perder décadas después.
Él es Gustavo Rodríguez y no tendría cómo engalanar este espacio de forma más especial que con su presencia.
Gracias a cada uno de los países que siguen este pequeño espacio y que me permiten presentarles a lo mejor de mi país.

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