Y ASÍ SE CUENTA LA HISTORIA: «La compañía de los mirlos»

Ítalo Costa Gómez






Una de mis preocupaciones más recurrentes es que mi mamá no se aburra, que se mantenga siempre activa mental y físicamente. Es muy importante para mí que ella esté contenta, ocupada y se sienta útil y querida todo el tiempo. No puede ver a sus amigas, ni a sus hermanas muy seguido, ni hacer gran cosa, entonces busco elementos para que esté emocionalmente bien y eso mantenga fuerte su sistema inmunológico. Una buena alimentación y un espíritu alegre son fundamentales para sobrevivir en esta transición.

Nunca pensé que tres gorriones iban a conseguir resultados mucho más efectivos con sus «pi pi piiiii piiiiiiii» que yo con todo mi arsenal.

[Y ella lucha por llenar de luz las sombras de dolor que oscurecen la veredaaaaa… por dónde camina en busca del amanecer. Fuego y calma que llaman gorrióoooooon]

Cuenta la historia que ella se levantaba siempre muy temprano – no tanto como yo, pero por ahí – y a partir de la segunda semana de encierro ya no lo estaba haciendo más. Hacía mis esfuerzos con desayunos ricos y bien presentados que terminaba pidiéndome que se lo lleve a la cama. Un día me pareció bacán, dos días como engreimiento también, al tercer día ya me empecé a preocupar un poco. Uno tiene que pararse de la cama. La cama agota y debilita cuando el tiempo que se pasa en ella es más del necesario.

Con la llegada del frío llegaron también aves que no pasaban por el balcón hace mucho tiempo. Llegaron tres gorriones negros a cantar todas las mañanas a partir de las seis con un volumen impresionante. Eso alegró mucho a mi mamá y a empezó a dejarles pancito deshilachado y granos de maíz. Separó varios platitos y les ponía «su desayuno» cada día porque caso contrario los pitidos eran aún más fuertes, como en señal de reclamo.

Al finalizar la tercera semana yo me levantaba y ella ya estaba en pie, con la cama tendida y separando panes para las aves. Me emocionó ver que tenía un plan con ellas y que lo estaba ejecutando. Ahora está pensando en ponerles una casita. La veo animada de nuevo. Me llenó de alegría que esos gorriones la hagan su amiga y la llamen cada día.

Como les contaba extrañábamos mucho el contacto con la naturaleza en aquella prisión domiciliaria y mientras no podíamos salir a abrazarnos a un árbol en medio del bosque, pues fue maravilloso ver que esa magia natural vino en nuestra búsqueda.

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