Ítalo Costa Gómez

Les he contado varias veces que soy una pésima compañía en reuniones grandes. No las disfruto mucho y menos si a la gran mayoría de personas no las conozco. Creo que debe ser porque en mi trabajo nocturno en shows musicales y teatrales estaba siempre en esa figura. Yo rodeado de un millón de personas durante toda la noche por cinco noches seguidas durante muchos años y me hastié. Empecé a valorar las charlas más íntimas y cálidas. Quería encontrarme con gente a la que realmente quiero y compartir una copa de vino en una playa o un paquete de Doritos en el parque… me da lo mismo. Me hace más feliz sentirme como en casa.
Hace años que no voy a los matrimonios, incluso de mis amigos más cercanos. Prefiero evadir la ceremonia e ir a verlos después con su regalito y ver sus fotos y que me enseñen los vídeos y me cuenten todo. Pasarla rico juntos, pero no rodeados de ochenta borrachos bailando La Macarena porque si bien mi cuerpo es pa darle alegría y cosa buena prefiero que sea en la intimidad como canta la encantadora y demente de la Thalía.
Hoy a verte, voy a tenerteeeee, voy a dejarte huellas en la intimidaaaaaaaad – Tikitikikitiktitktitktiti and all that.
Sin embargo, esta semana tuve que ir a una y las cosas salieron un poquito bizarras.
¡Qué raro!, ¿no?
Cuenta la historia que Carlos Daniel y Eugenia Cristina – los llamaré así porque son un amor de telenovela, se aman con una ternura que te provoca hacer un trío con ellos, es decir… un trío de charla de picnic, claro está, no te malees – se casaban y ellos son una pareja que siempre tiene detalles hermosos conmigo, me mandan flores en mis cumpleaños y galletas de chocolate en Navidad. Mi invitación vino con una notita.
-“Sabemos que no estarás y nos da mucha pena. Demuéstranos que estamos equivocados, por favor.”
Breaks my heart. Tenía que ir. Aunque sea un ratito. Le conté a un gran amigo que iba a asistir al matri, le expliqué la situación y me dio un gran consejo “siempre puedes sufrir una descompensación”. No estuve lejos de eso.
Cuando llegué al romántico evento noté en solo cinco minutos que en mi mesa estaban una señora amargada con fobia a las palomas, un sampado espeso que insistía en contarme chistes de “Jaimito” que no tenían sentido, la novia del borrachito – que era medio gaga – y no hacía más que decir “otrooo otrooooo” cada vez que su flaco contaba una bromita ante la cara somnolienta y la risa mal fingida de la tía asustada y la mía.
-¿Noc Noc?
-¿Quién es? – yo respondía con la esperanza que no sea otra vez el puto Jaimito.
-Jaimito… alimaña. JAAAAAAAAAAAAAAAJAJA
-jajajajajaja – Mientras pensaba Dios mío, perdónalo porque no sabe lo que hace.
-Ustedes sabían que las palomas son ratas aladas. Transmiten muchas enfermedades. Si sueltan palomas en la fiesta, como hacen en algunos matrimonios, yo me voy. Le he dicho bien claro a Carlos Daniel… ¿eso que va allá es una paloma?, ¿un avión? – la fobia de la mujer era tremendamente cómica.
-¿Noc Noc? – volvía el otro.
Quería morir desangrado ahí sentadito en plena boda y llevarme la atención, as usual, pero la muerte nunca me atiende cuando la llamo. Le debo caer mal como Laura León a la que ha decidido no llevársela jamás.
En eso veo llegar a una amiga con sus tres hijos. Somos amigos desde el colegio, hermanos de toda la vida. Me paré tras secarme el champán y dije:
-Ahorita regreso, chicos. Voy a saludar a una amiga que creo se sabe chistes de Jaimito y también odia a las palomas más que a los Fujimori. La van a amar.
Corrí hacia ella y le rogué ayuda. Nos fuimos al segundo piso a tomarnos fotos tirados en la cama y a jugar Pacman. Así nos pasamos como una hora hasta que ya era roche y bajamos.
Me acerqué a los novios, bailamos un ratito y les dije que creía que se me habían subido las copas y que debía retirarme antes de caerme sobre la torta.
-¿Te vas porque estás ebrio? ¡Es una pésima excusa si te refieres a ti!
-Lo admito pero me quedo cinco minutos más con el del Jaimito jokes y la tía de las palomas y aborto a mis hijos en este mismo momento.
-¿Pero y si coges el bouquet?
-Así no es mi suerte cariño y si lo llego a coger lo más probable es que nunca me case. Seré recordado como el inivitado rosa que agarró el ramo y nunca se casó. Forever alone. Es momento de irme. Confíen en mí.
Patitas pa qué las quiero. Me hice humo blanco como cuando eligen al Papa.
Y así se cuenta la historia de la última de mis bodas. No iré a ninguna más. Lo digo públicamente desde ya. Quizá no vaya ni a la mía pero al paso que voy con quién me voy a casar es con la soledad y ni ella irá a la boda pero estarán todos invitados.
Nos tiran arroz, ¿ya? Pero no el que viene a granel. No seamos palomas.
Palomas que asustan a la gente.
Don’t freak me out, darling.