Lala González

Fontainebleau, Storm over the Plains (1822)-Camille Corot
Cuán difícil es intentar ver por los ojos de quienes me rodean. Difícil es también tratar de explicar mis procesos, mis dolores, mis miedos, mis nostalgias, mis melancolías, mis silencios. En la felicidad, en la alegría, todo es fácil, liviano. Mas cuando me atrapan estos sentimientos que agobian, es la soledad la que me abraza.
Desde pequeña fui programada para esto, atragantarme con las emociones que se supone no dejara salir de la jaula en mi izquierda. No era correcto que me vieran débil. vulnerable. Hasta llorar era una señal de debilidad que no me debía permitir. El enojo que explota en ira, sentir esa ira que consume el pecho no era correcto tampoco. Esos sentimientos los tenía que enterrar porque si les daba rienda suelta, me convertiría en una persona déspota, inmisericorde, tirana… Entonces cada vez que sentía que la ira se acercaba, me sentía culpable, inmerecedora de amor, me daba terror que se dieran cuenta que estaba experimentando estas emociones porque tenía miedo al castigo, al juicio, al rechazo, al desamor. Hoy, todavía estoy bregando con estos fantasmas.
No sé manejar estos sentimientos. Han sido tanto el tiempo cargando con estos silencios que cuando me veo en el espejo de la ira, trato de asfixiarla pero termino yo hecha añicos. Ha sido la escritura en solitud la que me ha ayudado a manejar de alguna manera esta situación que me abre el alma en dos. Mas últimamente la poesía no me es suficiente. Hasta la poesía me abandona.
Si, es cierto, he tenido infinitas razones para explotar, romper, gritar… en las ocasiones que me permití hacerlo no solucione nada. Al contrario, ahora había otra situación para “arreglar”. Entonces venían a mi mente todas las ocasiones en las que me dijeron que las mujeres no debían dejar que esos sentimientos las atraparan, “las mujeres buenas deben sonreír en todo momento, enjuagarse la cara y seguir, y aunque estén muy molestas nunca deben decirlo, aguantar, eso es lo correcto.”.
Duele, duele mucho. Duele aun mas cuando tratas de explicarlo y por no tener las palabras correctas me malinterpreten. No tengo las palabras correctas, porque no sé manejarlos.
Disto mucho de ser una santa, para nada lo soy. Yo sé muy bien mis fallas y mis lados oscuros. Conozco mis vergüenzas y soy mi mejor enemiga para castigarme cada vez que se asoman en los recuerdos. Lo que no he podido bregar, porque recién me estoy dando es que tengo que aceptar que la ira, el enojo, el sentir rabia es correcto. Aceptar que estos sentimientos son naturales, que no me hacen menos, que no me hacen inamable. El miedo a odiar, también me llevó a tratar de evitar estas emociones. “Odiar es pecado” me decían y yo ya estaba harta de ser esa pecadora. Yo quería ser una mujer digna de ser amada y quería dejar de ser esa mujer pecadora.
Parecen incongruencias, lo se. Llevo tiempo desmantelando esa mujer que fui, soy. Todavía me falta mucho y no voy a negar que me aterra seguir hurgando en mi interior. No sé lo que voy a seguir encontrando. Una cosa sí estoy muy segura, a pesar de que estos procesos me duelen hasta sentir que muero, me están levantando. Este proceso es mío, pero en ocasiones mi alma solo necesita un pecho donde esconderse, porque el mío no le sirve por el momento. Es mi pecho el que está siendo reconstruido.
Nada, estoy tratando de recuperar esa palabra que desde siempre fue parte de mi sanación. Es la palabra ese oasis en donde no me siento juzgada. Es la palabra, mi mejor arma mi mejor aliada, en momentos de solitud reparadora. Es la palabra que extraño.