Ítalo Costa Gómez

Nunca he condicionado mi amistad. Jamás he puesto un tonto ultimátum a nadie. Primero porque no me nace hacer semejante vulgaridad y segundo porque sería muy difícil por el medio en el que trabajo. Tanto en las comunicaciones como en la escritura se mezclan personalidades muy diversas donde tienes que lidiar con egos y actitudes algo difíciles de sobrellevar si es que no estás acostumbrado. No voy a pretender llevarme bien con todos o que todos me quieran. Es una foto chica donde salimos muchos.
Si en esa diminuta imagen pones condiciones semejantes pues terminarías peleando con todos tus colegas y generando feo ambiente. No way. No hay nada como vivir en paz.
Penosamente no todos piensan así y un día me pusieron entre la espada y la pared, pero no de la forma rica. In a bad way.
Cuenta la historia que compartí – como cada lunes – mi columna en Periódico Irreverentes. Un espacio que atiendo con cariño y cuidado cada semana desde hace más de dos años. Todo estaba bien, pero llegaste túuuuuuuuuuu. Una de mis amigas de la infancia tuvo la generosidad de compartir la historia en uno de sus portales públicos sin imaginar el terremotito que iba a causar.
Ringggggg ringggggggggg.
-Aló? Ítalo por aquí y por allá? – ay, como si fuera la reina del mediodía.
[Holaaaaaa, amigos comenzóooooo el programa familiaaaaaar. Todos a participaaaaar con sus llamadaaaas y con sus cartaaaaaas. Aló, Gisela? Aló, Gisela?!?, Aló?!?!?]
-Hola, soy Lucía. Acabo de ver que Ana de la Mengana ha compartido en una página tu artículo. Eres amigo de esa huevonaza?
[Me muero. Así sin anestesia me metió el cuadre y yo no entendía nada. No sabía que sucedía como el George en los debates. Cómo todos los peruanos en el Flash Electoral. Así de perdido]
-Osea, así como que amigos-amigos no, pero sí la conozco hace buen tiempo. Me trata con mucho cariño. Me parece una buena persona y…
-Porque así miras a todo el mundo. Ese suele ser tu problema. Tú piensas que toda la gente es buena y por eso siempre terminas mal. Quiero decirte que no puedo soportar que le hables. Así que tú decide. Mejor hablamos en otro momento. Clack.
-Recontra chanfle!!!!! Aló?!?!
[A esaaaaaaaa que te aparta de míiiiiiii, que me roba tu tiempo, tu alma y tu cuerpooooo ve y dileeeee… Que venga, que tenga valooooooor que muestre la cara y que hable de frente si quiereeeeeee tu amoooooor]
No sabía qué hacer, pero les voy a ser bien honesto. Desde la llegada de la pandemia dedico poquísimos minutos a dramas tontos. Cómo les había contado hasta he desinstalado el WhatsApp para no tener que obligarme a conversaciones que no desee tener. Es mi manera de lidiar con todo lo que ha pasado desde que se ordenó la primera cuarentena hace más de un año.
Igual intento ser mejor persona de lo que soy. Trato de parecerme a mi hermano. Me pareció que no hacer nada era incorrecto. Le mandé un correo:
«Hola, Lucía! Creo que estabas un poco nerviosa la otra vez y yo te entiendo. Todos estamos perdiendo los papeles un poquito con todo lo que está pasando en el mundo. Voy a esperar a que se te pase y cuando todo esté bien espero que te comuniques conmigo y haremos como que nada pasó. Love you.»
Hasta el día de hoy no recibo respuesta y ya han pasado varios meses. El punto de mi relato es que la pandemia y sus restricciones nos han afectado emocionalmente y debemos tratar de ser comprensivos porque no todos somos igual de sensibles. Algunos hemos perdido tramos enteros de nuestra vida, otros debieron cambiarlo absolutamente todo y lidiando con hijos pequeños y con el estrés tan fuerte que genera el miedo. Todo el tema de la vacunación y la marea política que se ha agitado nos sigue moviendo los hilos interiores. No somos los de siempre.
No dejemos que nadie nos condicione, pero es importante actuar con gentileza e inteligencia ante este tipo de actos que naturalmente no provienen de un lugar interno saludable porque sino serán dos locos gritando y peleando por cojudeces en una novela que no tendrá fin. Entre tanta tragedia y tanta inestabilidad debemos unirnos a los que nos recargan las pilas. Abraza a tu árbol.
Bueno, ya te digo Ítalo. Pecas de bueno tú. Pero su algún amigo o amiga, como fue el caso, te hace dudar entre la esgrima o la albañilería (vamos, si te pone entre la espada y la pared), tal vez no sea tan clara su amistad. Un abrazote.