Carlos E. Luján Andrade

“Más punk, pe, compadre”. “La vida es un trago amargo y dulce a la vez”. “Más punk, pe, compadre”. “Carlos”. “¿Qué?”. “Chúpame el cuete”. “Ja, ja ,ja caíste pibe”. “Yo soy tu padre, huevón”. “Toma y no jodas”. “…I am holiday in Cambodia”. “Viva Jello Biafra”. “Viva Wattie de Exploited”. “Viva Leo Scoria”. “Muera Chachi Luján”. “Muera Frágil y los idiotas de Río”. “Muera Lennon por baboso”. “Muera Bakunin, viva la anarquía”. “Sid, Sid”. “Que muera el mundo”. “Viva el Perú, pero sin habitantes”. “Ja, ja”. Tócame el cigarro”. “Recién lo he prendido”. “Destrúyete”. “Salud y anarquía”. “Viva yo”.
[…]
Pero ¿qué me importan los hambrientos de USA for África o los harapientos de esta inhóspita ciudad? ¿Acaso ellos han reflexionado si yo existo? Definitivamente yo no les importo. No me interesa ser un redentor de la especie humana o un mesías. Ellos son anónimos. Están ahí. En ellos está la solución a sus problemas.
La música le interrumpió unos segundos. Una voz hiriente y una guitarra angustiante coparon sus sentidos. Sus amigos esperaban escuchar más, pero la letra de la canción los arrebató: “Toda la mierda es la misma, las calles desnudas, el bar… No hay Dios que sane la herida, que se abre más, mucho más…”
(Extracto del libro)
Los años ochenta en Lima fueron caóticos, desesperanzados y violentos. En la segunda mitad de esta década se consolidó el escenario en la más devastadora inflación que ha vivido el Perú. Los golpes que sufrieron los peruanos de ese entonces, fueron intensos, ya que luego de recuperar la democracia, se asumía que nuevos y mejores tiempos vendrían. Con el fin de las restricciones a las libertades heredadas por el gobierno militar, los jóvenes pensaron que algo bueno vendría en los próximos años, pero no fue así. La violencia terrorista y la inflación generada por los malos políticos ocasionaron la debacle económica y social. La clase media se empobreció y arrastró la esperanza de jóvenes que no le encontraban una salida al hoyo en el que se sintieron atrapados.
Adrián R y sus amigos de generación, personajes del libro, descubren el mundo de la peor forma. Las calles buscadas como un escape para sus dramas familiares también le son hostiles. El precio de la libertad es caro porque lo que ahí se vislumbra es suciedad, pobreza e incertidumbre. Todo lo que les rodea está contaminado por una atmósfera asfixiante. Martín Roldán Ruiz, autor de esta novela, no suelta al lector ni un instante. Sus personajes enfrentan conflictos que encuentran como salida al alcohol, las drogas, la música rabiosa y las noches prohibidas por los toques de queda impuestos por el gobierno. Paralelamente nos cuenta la historia de una joven misteriosa que incursiona en el mundo del terrorismo. Así es que podemos adentrarnos en el entorno donde se iba configurando el discurso violento del senderismo. Se nos muestran los matices en la personalidad de los integrantes de este grupo que planifica un atentado en la ciudad de Lima. Vemos a los fanáticos, a los panfletarios, a los intelectuales como a los que cuestionan la violencia de sus actos. Pero en todos ronda la idea de que el camino de la muerte es la manera más clara de transmitir su mensaje. Lo que une a ambos extremos: la de los terroristas como a los de la llamada generación cochebomba, es la impresión de que la sociedad se encuentra enferma.
Martín Roldan Ruíz hace un paneo atemporal donde a nuestro personaje, Adrián R, lo hace vivir los hechos más emblemáticos que definieron lo peor de la década ochentera. Así lo vemos ser parte directa o indirecta de la toma del penal de El Sexto, la muerte del niño sin hogar en la Plaza San Martín, los perros colgados de los postes, el mitin del movimiento Libertad contra la estatización de la banca, los atentados terroristas en Miraflores o los asesinatos ocurridos en Barrios Altos. Es ahí donde esta generación cochebomba se desenvuelve. La música de fondo es el rock subterráneo que los protagonistas entonan sus letras casi en una sincronicidad natural con lo que en esos momentos están experimentando. Entendiendo cómo así es que tal estilo de música sucia, ruidosa, rabiosa y potente sirvió de catarsis para una juventud que se sentía abandonada. Cada palabra, acción y vivencia está rodeada de oscuridad. No se sabe qué va a suceder pero siempre el desenlace será dramático. Como mencioné líneas arriba, no hay descanso. El autor nos presiona asfixiando la historia para retratar aquella realidad que sobrevive entre las ruinas de la pobreza y el horror.
Los personajes reflejan cinismo y destrucción porque no hay idealismos. Apenas estos se asoman, son triturados con sus interpretaciones lúcidas de la realidad limeña ochentera. Nadie sale intacto. La ferocidad con que esa década se devoró la juventud de toda una generación dejó un testimonio vital en las páginas de este libro. Y es que así en él hallemos la tristeza de una aparente sociedad perdida, hoy podemos mirar hacia atrás pensando que sí pudimos encontrar la luz al final del túnel. “Generación cochebomba” es de lectura necesaria. Ahí están las vivencias de la juventud de los olvidados, de lo que ya no deseamos recordar para no sentir más dolor.