CARTAS CHILANGAS (XIII)

Juan Patricio Lombera










Carta IX

Ciudad de México a 23 de diciembre de 2019

Estimado don Baltasar:

Mi destino se juega la próxima semana. El jueves por la tarde, me reuniré con el secretario de gobernación. Estoy nervioso, pero eso no impide que continúe redescubriendo mi ciudad. Como tenía tiempo, me paré en el mercado de Mixcoac brevemente. Contrariamente a lo que recordaba, el mercado estaba bastante limpio. Solía ir ahí a comprar café en un puesto donde lo cocían y molían. Era una delicia esperar el pedido mientras los pulmones se me llenaban del seductor aroma. Lo primero que me llamó la atención fue la exposición de flores en la vía pública. En ese sentido los floristas españoles tienen mucho que aprender con respecto a mis compatriotas. Cada arreglo es un despliegue de color, equilibrio y buen gusto. Nada más entrar encontrarás un local de ostiones y mariscos. Se me antojó tomar una sopa de marisco, pero recordé que tomar cualquier producto de mar en la capital siempre es peligroso. El mercado, como bien sabes, es todo un festival de olores y colores. Mis maestros del Liceo Franco Mexicano, en una época anterior a la apertura total de las fronteras para el libre comercio, apreciaban la gran cantidad de opciones en frutas y verduras que hay en los mercados mexicanos a diferencia de lo que pasaba en Francia. No obstante, sospecho que hoy en día puedes conseguir una amplia variedad de fruta en ese país. Claro, si estás dispuesto a pagar por ello. Al igual que las flores, los fruteros tienen un especial cuidado en la exposición de sus productos para atraer a los visitantes. Existe una combinación cromática y de gusto que junta, por ejemplo un mango amarillo con un mamey abierto color atardecer. Se me empezó a hacer tarde y salí a la calle para tomar un taxi y dirigirme a la librería Gandhi donde había quedado mi amigo Paco. El otro día te hablé del museo de antropología como uno de los bastiones culturales de mi país. Hoy te hablaré de la cadena de librerías más importante de México. Por supuesto, nostálgicos como somos ambos de nuestros días de estudiantes, elegimos la sucursal de Miguel Ángel de Quevedo, la primigenia. Ahí nos encontrábamos sin siquiera haber concertado cita. La cafetería de la librería fue testigo de acalorados debates sobre la necesidad de democratizar el país y o la circularidad del tiempo en la obra de Borges. Una de las particularidades de este país con respecto a España, debido a que amanece pronto, es que es muy frecuente quedar a desayunar. Además, es más barato que quedar a comer. Por supuesto, no esperas a las 9 y media o 10 para desayunar. En casa siempre tomas un café y quizá algún pan dulce o cereal para compensar la espera.

A Paco lo conocí en el tronco común. No habría pasado la asignatura de lógica sin su ayuda. Cuando éramos jóvenes, el alcohol se le subía con bastante facilidad y más de una vez recibió un putazo por sus comentarios imprudentes. Hasta yo, le solté un trancazo en una ocasión. Estaba borrachísimo y no sé por qué me dio por divertirme dándole cachetaditas insulsas a Paco. En un momento dado, él se cansó y, en lugar de alejarse o responderme dijo:

-Por qué no me das uno en serio.

Sin dudarlo, acto seguido le lancé un recto a la nariz que lo dejó sangrando. Afortunadamente, él no quiso vengarse y ahí se acabó la cosa. En fin no me siento orgulloso de mi proceder, pero reconocerás, amigo, que sus palabras fueron temerarias. Por aquellos días él ya era novio de Juanita Aurora con la que luego se casaría para divorciarse al cabo de un año. Nunca me dijo nada, pero sé que pasó momentos muy difíciles al grado de vivir en el garaje de casa de su hermana. Sin embargo, todo esto lo supe por terceras personas. Él nunca me dijo nada; es muy pudoroso con su privacidad. Él es toda una eminencia sobre la historia de la Inquisición en la Nueva España dado que trabajó mucho tiempo en el Archivo de la Nación ubicado en la antigua cárcel de Lecumberri donde intelectuales y artistas como Revueltas y Siqueiros pernoctaron. Su labor consistía en hacer paleografía con textos antiguos. “Al principio, tienes que tomar nota de cada letra, pero luego acabas leyéndolo como letras impresas. Sin embargo, fue en la Secretaría de Educación Pública, en la ardua labor de elaborar los libros de texto donde encontró su hueco. De ahí saltó al Departamento de educación indígena que le permitió conocer a su actual novia de origen purepecha. Cuando lo vi en Europa, hace unos años, tenía una barba de profeta y muchos problemas para caminar. Por ello me dio mucho gusto verlo más delgado, rasurado y sin dolores en sus extremidades. Nuestra conversación giró en torno a la situación siempre negativa del país, obras literarias y el repaso de nuestros antiguos amigos y maestros. Entre éstos últimos, los que no han muerto (algunos con menos de 70 años) se han jubilado. No queda nadie de los que nos dieron clase. En parte, porque veo que mis referentes se han desvanecido y en parte también porque veo que ambos vamos inexorablemente hacia allá. Aun así, al terminar nuestra conversación decidí ir a la Iglesia de Santo Tomás Moro donde, por una casualidad del destino, reposan los restos de mi padre y de mi antiguo maestro Pepe. Para llegar ahí tuve que recorrer el barrio de Chimalistac que, al igual que Coyoacán o San Ángel, conserva el encanto de pueblo, pese a haber sido absorbido por la ciudad. Cómo sabes, Chimalistac es la hacienda de donde sale Santa para dirigirse a la capital e iniciar su carrera de prostituta. Amplias casas señoriales con jardines y pintadas con vistosas mezclas de colores como el amarillo y el azul neón. Eso sí, pese a la belleza del entorno casi no vi a nadie en la calle. Acaso, en uno de los parques que tuve que atravesar, el ver a un lector desprevenido en un banco me dio la certeza de que la zona era segura. Por fin llegué a la iglesia de los alemanes que, sin embargo, lleva el nombre de un inglés. Encontré los restos de Pepe con mucha facilidad, en la parte de abajo antes de entrar a la capilla. Sin embargo, encontrar el nicho de mi padre fue toda una aventura. Yo recordaba que estaban en un piso superior y que se accedía a ellos a través de un pasillo lateral de la iglesia. Pero el único pasillo que había conducía a una puerta cerrada. Quise pedir información, pero ahí no había cura o feligrés que me atendiera. Al cabo de un tiempo, aparecieron dos trabajadores que pasaron dentro dejando la puerta abierta. Sin pensármelo dos veces ingresé, pero ahí no había ninguna señalización acerca de los nichos faltantes; solo unas letras incompletas que decían capilla de las madres. Subí sin esperanza alguna, pero ahí había una hilera de nichos. En la parte inferior, encontré la de mi padre. Me indigna que hayan colocado un banco delante de sus restos. Es una falta de respeto. Creo que esa sala debería estar libre de asientos, pero bueno tampoco iba a armar un pancho por ello. Salí a la calle con los ojos llorosos (no puedo evitarlo siempre que voy ahí) y emprendí mis pasos hacia Insurgentes a través de un bello camellón rodeado de árboles. Confirmo para mi sorpresa que la ciudad está bastante limpia. Vi una pareja besándose como correspondía al entorno. En fin, espero no haberte aburrido demasiado con estas evocaciones melancólicas. Quedo a la espera de tus noticias.

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