DIÁLOGOS EN LA TAZA: “La hermana del cóndor”

Fernando Morote






Chabuca Granda
(1920-1983)

Podría aceptar que pertenecí a la oligarquía local, aunque realmente nací en el corazón de los Andes. Sin embargo, renegué siempre de los privilegios de clase porque pronto me percaté de su abundante y constante fuente de injusticias, que sólo provocaban discriminación y resentimientos. Mi espíritu encajaba en el esquema democrático. La diferencia de razas adolecía de relevancia para mí.

De niña me uní al coro del colegio. Mis profesoras aseguraban que parecía soprano. Cuando crecí fui sometida a una operación quirúrgica en la garganta y ése fue el evento que alteró de modo crucial mi voz. Por encima de la leve ronquera que la caracterizaba, se convirtió en el instrumento con mejor armonía que pulsé alguna vez. Siendo aún adolescente formé un dúo vocal con una amiga, nos presentamos en la radio y tuvimos relativo éxito, lo que indicó mi dirección hacia el futuro.

A principios de la década del 50, después de 10 años de matrimonio, me divorcié de mi marido brasileño, causando un escándalo en los círculos de la alta sociedad limeña. Pese a que me distraía jugando al tenis o basket, además de arrasar en natación y piloteando carros, las melodías que compuse me rescataron para superar el fracaso romántico. Tras la ruptura, reconociendo que había elegido a la pareja equivocada, resolví permanecer sola. Luego tuve muchos amantes ocasionales. Admito, sin rubor, que ningún hombre estuvo jamás a mi altura intelectual o emocional.

Nunca me oyeron decir que era poeta o cantante sino letrista y telonera. No necesité ufanarme del talento que Dios me dio, eso lo dejé a los tarados de mi época que gustaban de subirse ellos mismos a un pedestal. Me comprometí a buscar la paz y la soledad que me permitieran producir y crear. Por esa senda encontré la libertad para escribir tonadas en homenaje a los pobres y olvidados, a los héroes que con valor entregaban sus vidas por las causas que defendían, a los lugares que adoraba y añoraba. No rasgué la guitarra y el piano apenas lo toqué. Tampoco dibujé pentagramas, pero descollé como una de las pocas mujeres en Latinoamérica que arreglaba sus propias canciones. Detrás de cada una hay una historia personal.

Me fascinaba el sonido del cajón y su endemoniada percusión. Seguí el camino trazado por los maestros del criollismo quienes, con su audacia fusionando disciplinas, insertaron en el vals una potente vena lírica, movidos por su gran ambición literaria. Mis temas también muestran una fuerte tendencia a la poesía, los han adaptado a todos los géneros posibles e interpretado por divos y divas del mundo entero.

Me enorgullezco de erigirme en la dama blanca que se dedicó a hacer música negra. Los zambos y mulatos de mi tierra eran parte de mi familia; no sanguínea, más bien por identificación. Entré a los callejones y las quintas donde armaban sus jaranas hasta al amanecer, y los llevé a los teatros y coliseos para que el público en general honrara su cultura. Esta gente humilde, con su variedad de ritmos, nos enseñó a los otros lo que significa sobreponerse, sin usar la violencia, a los extremos de la opresión y la esclavitud.

Mi temperamento cautivante y la solidez de mi sensibilidad artística no fueron suficientes para que llegara a trascender en calidad de estrella cosmopolita. La fama suele ser esquiva con los peruanos brillantes en innumerables campos del desarrollo humano: carecemos de notoriedad multitudinaria. La prensa no nos sigue. Es una marca claramente establecida, una peculiaridad de nuestra idiosincrasia. En cambio, desde el extranjero avientan cualquier porquería al mercado y de inmediato, por un curioso motivo que no logro comprender, la masa ignorante la aclama al nivel de un clásico instantáneo.

A lo largo de diversas etapas residí en los distritos de El Cercado, Barranco y Miraflores. Sus rincones íntimos conservan, escondidas con dulzura, mis memorias. Hoy en día, incluso, mi busto. Agradezco de manera especial que en el alma de mis compatriotas soy, en el fondo, la autora del verdadero himno nacional: La flor de la canela.

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