Lucas Berruezo
Fueron nueve cuentos en nueve semanas, a razón de un cuento por lunes. Nunca hice algo así, y la verdad es que, cuando todo empezó, no lo tenía en mente. El primer relato fue «Pandemia», que nació a raíz de una noticia que vi en las redes. En ese momento, la cuarentena era una posibilidad inminente en Argentina, el país en donde vivo. Se lo envié a mi editora en Europa, Estefanía Farias, para ver si podía salir en el sitio español Periódico Irreverentes. De inmediato (como suele responderme) me dijo que lo iba a publicar.
La vida continuó. Yo seguía yendo a la escuela en donde daba clases (ahora las doy de modo virtual), preocupado, cuando no aterrorizado, por este nuevo virus. Una mañana, hablé con una amiga que vive en Vigo, España. Me contó que se había fracturado una pierna mientras hacía uno de esos estúpidos retos de Tik Tok, que consistía en un baile en el que se chocaban las piernas con otra persona. El accidente quedó registrado en su celular. Me envió el video, diciéndome que prestara especial atención al minuto 8, en el que se podía ver y oír la fractura. De más está decir que no vi el video. Lo que sí hice fue escribir un cuento, «Fractura», en el que una chica se rompe una pierna en plena cuarentena, tratando de hacer un video para Tik Tok. Mi amiga tuvo suerte, estaba con su pareja. La protagonista de mi relato no. Ella estaba sola…
Le volví a mandar el cuento a mi editora y ella volvió a decirme que lo iba a publicar. Entonces, y con una cuarentena ya declarada en mi país, se me ocurrió la posibilidad de hacer de esa temática una sección semanal. Todavía no tenía ningún cuento nuevo, pero la idea me gustaba y me generaba cierta adrenalina. ¿Podría escribir un cuento por semana? ¿Se me ocurrirían ideas nuevas? Como dije antes, nunca había hecho algo así.
Entonces, apareció la magia. A veces, la idea venía durante la semana. A veces, se presentaba el sábado o el domingo, horas antes de tener que enviar el relato. Lo importante es que siempre surgía una idea, semana tras semana. A «Pandemia» y a «Fractura» les siguieron «Agresor» (que fue escogido para formar parte del libro Metanoia, una compilación de relatos sobre la pandemia, llevada a cabo por Luciana Zavattaro, Valentina Uzorskis y Mariano Di Benedetto), «Muertos», «Fiebre», «Cuarentena», «Balcones», «Nilo» y, el que tal vez sea mi favorito, «Fin». El resultado me deja satisfecho. Si bien todos tienen como contexto la pandemia, no se parecen entre sí. Al menos esa es la sensación que me queda.
Cuando terminé de escribir «Fin» supe que ya no iba a haber más cuentos para esta sección. El título, por tanto, era más que adecuado. Había llevado mi universo pandémico a un extremo del que ya no podía volver. Si quería seguir con «Historias de cuarentena», iba a tener que seguir desde este mismo punto, y eso daba más para una novela que para una serie de cuentos.
Ahora, cierro «Historias de cuarentena» con este epílogo. En Argentina, el aislamiento sigue y nadie sabe (ni supone) cuándo va a terminar. Los días, a veces, se hacen largos. La gente que se quiere se quiere más y se extraña hasta límites antes insospechados. También se extrañan actividades que, en «la vida normal», ni siquiera gustaban. Todo es muy loco. Las emociones arrasan, y a la risa le sigue el llanto con una naturalidad curiosa. La literatura (como siempre, aunque en estos momentos más que nunca) es ese cable a tierra que me impide caer en la desesperación.
Antes de terminar, quiero darles las gracias a ustedes, que semana tras semana leyeron los cuentos, los comentaron y compartieron. Muchas gracias. Con su presencia, el aislamiento es menos doloroso.