Fernando Morote

José Carlos Mariátegui
(1894-1930)
Después de esa polémica operación quedé paralítico, pero nunca fui un inválido. Tengan cuidado con los conceptos simples. No siempre cuando está iluminado deja de imperar la oscuridad. Tampoco en las tinieblas es necesariamente imposible distinguir la luz. A veces las mejores cosas suceden gracias a las paradojas de la vida.
Veo que aún continúan discutiendo acerca de si me amputaron la pierna buena o me liberaron de la mala; signo inequívoco de la futilidad que los gobierna. Entiendo que estar sentado en esta silla de ruedas, tan grande y pesada como un sarcófago móvil, con la mantita cubriendo mis rodillas, arroja una falsa imagen de discapacitado sobre mí. Eso es una negligencia imperdonable.
No me refiero a la acción de los médicos. No se confundan por la expresión sufrida en mi rostro, no me duele nada ni tengo frío. Soy periodista, profesor, escritor y crítico de arte. ¿Dónde han visto uno que sea risueño y conquistador todo el tiempo? Confórmense con admirar mi melenita bien peinada y no me pregunten si alguna vez tuve novia. ¿De acuerdo?
Me apena —por no decir que me avergüenza— comprobar que nunca entendieron mi mensaje. Mi nivel intelectual los obnubiló por completo. Sólo hay dos posibilidades: no captaron una sola de mis palabras o las torcieron a su antojo para sacar provecho personal de ellas.
Usaron mi nombre y mi pensamiento, mis ideas vanguardistas, como pretexto para justificar su tendencia al anarquismo primero, al genocidio después. No invertí tiempo, dinero y esfuerzo en cultivarme interiormente en Europa para que luego venga una masa de ignorantes renegados a levantar pancartas con mi foto reclamando derechos laborales.
He sido el primero en promover la rebelión, en desbaratar la explotación. He propulsado el movimiento obrero, la creación de sindicatos, sin embargo resulta obvio que han tergiversado y manipulado de mala manera mis propuestas. Las han manoseado y publicitado en una forma tan estúpida que han llegado a desnaturalizarlas.
Lo más repudiable es que hayan asociado mis opiniones políticas con una banda de subversivos y sediciosos. Es cierto que acepto la posibilidad de un choque inicial, forzoso, inevitable, aunque eso carece de relación, incluso remota, con actos de terrorismo y barbarie.
Convirtieron mis “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana” en una propaganda abominable. Les hubiera convenido más echar un buen vistazo a “El artista y la época”, su carácter didáctico habría servido mejor a sus fines revolucionarios, si tuvieran la motivación correcta.
No me gusta exponerlo ni sonar arrogante, conocen bien mi modestia, pero no pueden negar que hasta la fecha soy una de las mentes más claras y uno de los espíritus más elevados que ha producido este país en su historia republicana, que ya va para los 200 años. Seamos sinceros, el Perú de hoy en día necesita por lo menos un millón de hombres como yo para salir adelante. En el momento que resuelvan tomar en serio la cuestión de la educación harán de él una nación ejemplar. Mientras tanto seguirán siendo un tugurio dentro de Sudamérica.
Por ese camino jamás lograrán alcanzar mi altura.
—

