José Pastor González
ahora que todo es virtual
recuerdo aquellos museos de ciencias naturales
en viejos edificios de ladrillos
con salas polvorientas y siempre mal iluminadas
lugares donde poder adentrarse en un trozo de selva africana
y del desierto australiano y de las junglas filipinas
allí estaban los animales salvajes
en el momento de saltar sobre una presa
o de levantar el vuelo o de alimentar a sus crías
y esos mapas de colores de continentes por descubrir
y esas interminables colecciones de fósiles, minerales, plantas,
mariposas, insectos y utensilios de tribus de más allá de los mares conocidos
todo tenía algo de película de aventuras
y algo de película de terror en blanco y negro cuando llegabas a la sala
donde fetos, cerebros y monstruosidades
se conservaban en frascos de formol,
y todo, a pesar de los carteles de no tocar,
tan tangible y real
caminar por los pasillos y salas de aquellos viejos museos
era como formar parte de una expedición por países lejanos,
allí, por primera vez vi la majestuosidad de un tigre de Bengala,
el hipnotismo de una cobra, el capricho de un ave lira,
ahora que todo es virtual
y no hay una mísera flor en una maceta, ni un papel por el suelo
todo tan frío, aséptico
minucioso, perfecto y aburrido como un curso de papiroflexia
echo en falta la magia, la emoción, la aventura
de esos viejos museos de ciencias naturales
apolillados, siniestros
ahora olvidados y llenos de historias
que ya nadie va a descubrir ni contar