Miguel Rubio Artiaga
Era una guitarra vieja
pegada a un viejo negro
y los dos paseando solos
calles solitarias
y plazas vacías
de una ciudad escondida
en pleno desierto.
Y el viejo era mudo y ciego
y la guitarra sin cuerdas.
Le pedí que tocara un blues.
El anciano negro
se sentó en unos escalones
y cantó y sonó la guitarra.
Jamás he vuelto a escuchar
un blues tan auténtico
en medio del silencio.
Era el alma de ese viejo negro.