Alberto Ernesto Feldman

Desde la pared, justo detrás de la silla cabecera, la foto de la graduación de Silvina en la Universidad de Buenos Aires preside la sala de reuniones del estudio jurídico. Sostiene su diploma apretándolo con fuerza, y con mirada sonriente, parece felicitarse y decir: ¡vieron que llegué!… mientras uno a cada lado, sus padres miran a la cámara con indisimulado orgullo.
Horacio desapareció de la foto, era el primero a la derecha en el original.
Sacarlo por entero, con su rostro franco y su cuerpo de gigantón, había costado sólo un tijeretazo; pero lo mejor, según decía el padre de la diplomada, que lo odiaba, era el trabajo de “fotoshop”, que borró los detalles.
Nadie imaginaría que hubo allí alguna vez un muchacho con una sonrisa de niño, tomando del hombro con una mano a la madre de Silvina mientras que con la otra, también muy visible abraza fuertemente a su novia; según su padre, un gesto de dominio y posesión.
En su opinión, Horacio había sido borrado como un mal recuerdo. Ese mal recuerdo era solo suyo; madre e hija piensan otra cosa muy distinta, pero evitan discutirlo con el viejo abogado.
Muy celoso, don Arturo maneja despóticamente del mismo modo a su familia que a los empleados del estudio y a sus clientes; es, entre otras cosas, lo que algunos llaman “un tipo jodido” y otros llaman de otra forma.
Trató por todos los medios, de alejar a ese estudiante que según él, no tenía futuro, porque aprobaba los exámenes con lo justo, tocaba la guitarra, se reía de todo y con todos y le robaba el cariño y el respeto de su esposa y de su hija, que solo tenían ojos para él. En realidad, le tenía una profunda envidia porque era alegre, bien parecido y congregaba a la gente alrededor suyo por su desbordante simpatía.
Su juventud también lo hería, porque el anciano no asumía su propia edad, y Horacio, en cambio, mostraba a las claras en su alegre transcurrir, que su niñez y su adolescencia habían sido de una calidad que don Arturo hubiera querido para sí. Adjudicando a otro sus propios defectos, estaba convencido, además, de que el joven no quería a Silvina, sino que sólo especulaba con la posibilidad de relacionarse a través de ella con su prestigioso estudio jurídico.
Sin que su padre quiera darse por enterado, porque saberlo, lo sabe, Silvina sigue con su relación de más de seis años con Horacio. Fue apartándose poco a poco del estudio jurídico paterno porque se dedicó a la docencia, comenzando como ayudante honoraria, hasta que por su capacidad y dedicación, fue nombrada por concurso, primero jefa de Trabajos prácticos y luego profesora titular, entrando a formar parte del equipo de investigación que en la misma Facultad, dirige Horacio, quien pese a los agoreros, terminó haciendo una carrera brillante.
Cuando ambos jóvenes creyeron haber alcanzado, después de la treintena, el nivel económico y la madurez emocional que consideraron necesaria para formar una familia, decidieron formalizar su relación, si fuera posible, antes del nacimiento de su bebé. Ahora los tiempos comenzaron a correr rápido. La madre de Silvina recibió la noticia con mucha alegría; había sido siempre compinche y protectora de la pareja.
Con respecto a don Arturo, Horacio ensayó con fastidio varias frases para encararlo. Hacía más de cuatro años que no tenía contacto directo con él, aunque seguía teniendo noticias del rencor que le guardaba.
Se rió con ganas imaginándose recitar el clásico: “…vengo a pedir la mano de su hija…” y recordando varios viejos chistes al respecto.
No encontraba las palabras; dada la mala relación, no era fácil.
La secretaria abrió la puerta y lo anunció. El viejo abogado lo recibió en la sala de reuniones.
Horacio había memorizado a regañadientes un discurso que empezaba con “Buenas tardes, don Arturo, creo que es hora de que fumemos la pipa de la paz, después de todo vamos a ser familia…”, pero levantó la vista, por encima de la mirada hostil de su futuro suegro, vio la foto en la pared y señalándola con el dedo, exclamó alegremente: “ ¡Mi distinguido colega, va a tener que hacerme nuevamente un lugarcito en la foto!…”
