Alberto Ernesto Feldman
Conozco sólo el nombre de Alejandra Pizarnik. Tengo en la mano un pequeño ejemplar de Ediciones Corregidor que pretenciosamente se presenta como “Obras completas”.
Busco datos biográficos en la contratapa y en las notas a la edición. Todo lo que encuentro son las fechas de nacimiento y muerte (por mano propia, según se aclara).
Elegí leer a esta autora porque alguien me comentó un tema tratado por ella en “Piedra fundamental” incluido en la serie del “Infierno musical” (1971).
En ese fragmento se describe como una prolija disección la angustia de muchos de nosotros que, enamorados de la Música, por no resignarnos a ser sólo felices oyentes, nos estrellamos durante el aprendizaje de un instrumento, cuando no tenemos la paciencia, el tiempo, la edad o el don natural; y en vez de ejecutar la Música, Ella termina ejecutándonos.
Afortunadamente, basta recorrer la Agenda musical de Buenos Aires para confirmar que esto no ocurre en la mayoría de los casos.
Esto parece ser una de las cosas negativas, y no la peor, de las que flotan en la Obra de Alejandra. La Muerte, la Noche, la Soledad, la Oscuridad, son una constante, y el suicidio, un final anunciado:
“…y cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar,
donde un gran barco me espera
con las luces encendidas?…”
(fragmento de “El despertar”, del libro “Las aventuras perdidas”, escrito a los veintidós años).
O este otro tan estremecedor “Te hablo”, de su último año de vida:
“ Estoy con pavura.
Hame sobrevenido lo que más temía.
No estoy en dificultad;
estoy en no poder más…”
Duele pensar que un día de setiembre del 72, tal vez tan soleado como hoy, dejó escrito con tiza en el pizarrón de su cuarto de trabajo:
“La noche soy y hemos perdido.
Así hablo yo, cobardes.
La noche ha caído y ya se ha pensado en todo.
…………………………………………………
No quiero ir nada más que hasta el fondo.”
Hay mucho para decir sobre Alejandra Pizarnik cuando se avanza en su producción, como el caso de su ciclo “La bucanera de Pernambuco”, También llamado “Hilda la polígrafa”, donde emplea abundantes neologismos con una base escatológica muy fuerte, recursos también muy empleados en su obra teatral “Los poseídos entre lilas”.
Si bien parecen construcciones surrealistas, encierran una evidencia de la patología que la llevó a su fin. Vale la pena destacar su ensayo sobre “El otro cielo” uno de los mejores y más elaborados cuentos de Julio Cortázar, que ella escribió en 1967.