Miguel Rubio Artiaga
Era un sargazo
en mitad del Mar Muerto,
un tiburón enano…
y un buzo en el charco.
Era una tortuga de carreras
arrastrando un calesín
hecho de madera
de cerezo y avellano.
Nació de la muerte
y lo enterraron
en un palacio de hielo
cuando le llegó la vida.
Podía nadar en la niebla
y volar dentro del agua,
se mojaba con el fuego
secándose con la escarcha.
Paraba los rayos con las manos
en una orgía de chispas.
Era una ola de plomo
y los colmillos de un pájaro.
Las alas de una jirafa,
una araña que tejía
preciosas redes abstractas
y cordilleras nevadas
con formas cubistas.
Fue un escultor de aire,
pintaba en lienzos
que eran cascadas y lagos,
usando de pintura, su sangre.
Lloraba cuando reía
y llorando sonreía.
Como pigmeo era bajito,
como watusi muy alto.
Decía ser un dios ateo
que decía los domingos misa
en un antiguo arameo.
Ronroneaba mantras a Alá
con un coro de satanases
y una orquesta de budistas.
No ser o no ser.
Su cita preferida.