Cortés en Argel

Juan Alberto Campoy

Moros y cristianos

¿Qué si sé quién sois? ¿Qué si conozco vuestras hazañas? Os conozco perfectamente. Sois Hernando Cortés Monroy Pizarro Altamirano. Pero desconozco por completo vuestras hazañas, de las que tanto alardeáis. ¿Creéis realmente que vuestras matanzas de indios son suficiente aval para que vuestra opinión sea tomada en cuenta en este grave negocio? Estáis muy confundidos. Ésta es una empresa mayor, no una batallita del tres al cuarto como las que vos acostumbráis a librar. La ciudad de Argel está muy bien fortificada y sus defensores son aguerridos turcos y temibles piratas berberiscos, no indios casi indefensos. Sus armas son escopetas y ballestas, no flechas, lanzas y macanas.  Así que menos lecciones y menos bravatas, señor marqués de Guajaca, que entre nosotros quien no ha estado en la conquista de Túnez ha estado en la batalla de Pavía, si es que no ha servido al emperador en ambas ocasiones, como este capitán que tenéis delante de vuestros ojos. No habéis  hecho en todos estos días más que quejaros de vuestra mala fortuna: que si habéis perdido cinco esmeraldas en el desembarco, que si estaban riquísimamente labradas, que si su valor no bajaba de cien mil ducados… ¡No habéis parado! Y ahora ponéis el grito en el cielo porque el consejo de guerra ha decidido levantar el sitio sin contar con vuestra opinión…  ¿Sabéis qué os digo? ¡Qué me tenéis harto! ¡Sois peor que un tábano a la hora de la siesta!

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