Estefanía Farias Martínez

“Travesía de Desolladores, 15. Esquina a Ribera de Cuchilleros. A las 00:30”. Eso ponía en el mensaje que la hermana uno les envió a todos vía Telegram. Siguiendo la recomendación del político, eligió ese sitio para la reunión clandestina. Tuvo que ir hasta allí a reservar el local. Se buscó un impermeable negro muy barato y con capucha, y unas gafas de sol de mercadillo. Se puso las deportivas viejas del niño y llevaba el pelo sucio. Era el perfecto atuendo para una criminal del bajo mundo. Además fue de noche, en autobús, y se bajó cuatro paradas antes. Llegar a Ribera de Cuchilleros no fue problema, pero encontrar Travesía de Desolladores le costó una hora dando vueltas, hasta que en una esquina salió un gordo enorme de las sombras. Le daba palmaditas en la espalda a un delgaducho con cara de rufián de mediopelo que llevaba en la mano una cartera de piel de las buenas, como las que le compraba a su marido. Se acercó muy decidida al gordo, y en voz muy baja le dijo: “Estoy buscando Travesía de Desolladores para un negocio”. El gordo, que la observaba desde las alturas, la olfateó y se rio a carcajadas. No pudo resistirlo, salir de casa sin su Pleasure de Estée Lauder era como ir desnuda.
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Ha llegado el mensaje que esperaba, la reunión es hoy. No falto. “Me siento viejo”, le dije. “Si sólo tienes cincuenta”, me dijo ella y me intentó animar. “A esa edad ya empieza uno el declive. El médico me ha dicho que tengo la testosterona a cero. Por eso no se me acerca ni una tía, debo oler a eunuco”, insistí yo. Ni un atisbo de compasión, sólo se rio, la llamaron por teléfono y se fue. Ahora ha escrito todo en un cuento y lo ha publicado en una revista. Esta mujer está loca.
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La hermana uno llegó a lo de Olivia una hora antes de la cita. Al mediodía se había acercado para dejar allí algunos útiles de limpieza. Tenía que adecentar el sótano que había reservado. Una cosa era la clandestinidad y otra las infecciones. Incluso trajo una plantita. El político no iba a acudir, por una cuestión de “Discreción”, aunque la nombró su portavoz y le mencionó los servicios especiales que prestaba Olivia. La hermana uno solicitó un presupuesto para presentar en la reunión. Por unanimidad se aceptó y se la designó como responsable de la colecta de fondos. El pago por el encargo, así como un sobre con una foto del objetivo y sus datos personales, debían ser entregados a Olivia en una cartera con combinación y llave.
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Olivia disponía de una reducida lista de expertos y ella misma valoraba las dificultades del encargo y seleccionaba al profesional adecuado. La tarifa variaba si se trataba de uno o varios individuos y hacían descuentos especiales para grupos. Cuando concernía a un único individuo, dependía del sexo, la edad y la accesibilidad. El hecho de que tuvieran alguna tara física o fueran menores de edad incrementaba el precio. Distrábico, con más de treinta años de experiencia, era el profesional al que Olivia recurría para encargos como el del Sapo. Él gozaba de un expediente impoluto, no sólo en cuanto a efectividad sino por su grado de invisibilidad ante las fuerzas de seguridad del Estado. Olivia utilizaba al Tejón y a sus chicos como grupo de apoyo para sus profesionales. Ella odiaba las sorpresas y los clientes no solían ser completamente honestos con la información que le suministraban. El equipo del Tejón hacía un estudio detallado del objetivo y del cliente; controlaba las comunicaciones, hackeando teléfonos y ordenadores; y se infiltraba en su entorno, manteniendo al profesional al tanto de cualquier anomalía que pudiera surgir. En el caso del Sapo fue el Tejón quien informó a Olivia de que se trataba de una escritora desconocida, aunque muy activa, que publicaba relatos en revistas y estaba a punto de salir a la venta su segundo libro —la hermana uno, de acuerdo con el resto de los integrantes del complot, no consideró relevante aportar ese dato, nadie quería que aquella chusma estuviera al tanto de sus vergüenzas—; en cuanto al cliente no tardaron en saber que se trataba de los hermanos, la familia y antiguos amigos de la chica. Los padres no estaban implicados en el asunto.
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