Helena Garrote Carmena

Cristo en la tempestad del mar de Galilea (1596)-Jan Brueghel, el Viejo

Mi padre era un brillante empleado en una empresa naviera hasta que un día empezó a perder el rumbo y, tras meterse en varias tormentas, el barco de su vida, y el de la nuestra, irremediablemente se fue a pique.

Apenas le conocí y lo único que conservo de él es un libro de registro; uno de esos donde los contables apuntaban el “habido”, el “haber” y la “diferencia”. Tiene las tapas duras enteladas en color granate y las hojas del interior están impresas a una raya. No contiene asiento alguno porque mi padre lo usó como álbum y las páginas están totalmente cubiertas de entradas de cine en tonos pastel. Las hay de muchas salas del Madrid de aquellos años: Cine Salamanca, Cine Benlliure, Capital, Avenida, el Real Cinema, etc. Están ordenadas por fecha y comprenden desde el año 1954 al 59, un año antes de que yo naciera. En el reverso de cada ticket él había escrito el título de las películas, el género cinematográfico y el nombre de los asistentes a la sesión. Comprobé complacida que siempre iba con mi madre y a veces les acompañaba mi abuela. También hay entradas de funciones de teatro, veladas de lucha libre y dos muy bonitas en marfil verjurado y letra cursiva para el Baile del Círculo de Bellas Artes. Las últimas páginas del libro están en blanco.

El día que el libro llegó a mis manos me senté y me tomé tiempo para verlo detenidamente. En realidad lo que quería era pasar mis dedos por donde habían pasado los de mi padre. Acaricié cada pedacito de papel y en uno de ellos encontré un pequeño pelo que se había quedado sujeto por el pegamento, sin duda era de la mano o del brazo de mi padre. Lo toqué con mucho cuidado y de pronto me vi sentada en sus rodillas trotando a caballito y escuché su voz y mi risa. Yo no sé si eso sucedió alguna vez, pero sé que siempre que vuelva a abrir el álbum él regresará, y volveré a trotar y a escuchar su voz grave, lejana.