Miguel Rubio Artiaga

Franco (1986)-Fernando Botero
Era un tirano comprensivo.
Vendía la libertad a plazos
y alquilaba la dignidad por días.
Para la justicia montó un banco,
para con un aval e intereses,
si siempre habías sido servicial,
pudieras conseguir un préstamo.
Era un tirano bueno,
todo el mundo reconocía,
que para ser lo que era,
no mataba demasiado.
La tortura era mejor negocio,
siempre podías volver a martirizar
varias veces a la misma persona.
Era perder dinero, matarlo.
A un precio asequible,
pagaba la familia, cada golpe,
el desgaste de los nudillos,
de las botas y cada latigazo.
Los verdugos, le salían gratis,
algunos hasta le pagaban,
eran sádicos voluntarios.
Las bibliotecas y escuelas,
pasaron a ser burdeles
y de obligadas putas,
iban todas las mujeres pasando
por edad y abecedario.
Pero era un tirano noble,
de bondad contrastada.
Las madres con hijos,
y las embarazadas
a partir del séptimo mes,
trabajaban solo media jornada.
Miraba por su pueblo,
con ojos tiernos de padre,
sabía que lo mejor para ellos,
era no pensar en demasía,
obedecerle, como el padre que era
y merecía todo su respeto.
Aprender a leer los niños,
a escribir, matemáticas,
iba contra la naturaleza,
no tenía ningún sentido.
Para luego trabajar a destajo,
estaba claro como el agua
que de nada le serviría lo aprendido.
Ya se encargaba el buen tirano
de que ningún niño trabajase,
antes de los siete años.
De gran inteligencia,
tuvo una idea inédita, original,
mandó quemar todos los libros.
Así evitó dolores de cabezas,
enfermedades de la vista,
fomentó el diálogo familiar
y la sana virtud del ejercicio.
Con una corta jornada
de solo dieciséis horas,
era fácil caer en el vicio.
El pobre tirano,
se decía todo esto
un segundo antes,
que lo fusilara un piquete ciudadano.