EQUISEY: “Sobre la excelencia”

Carlos E. Luján Andrade






Y: ¿No crees que la comparación entre quién es mejor que el otro es un asunto de niños?

X: Sí, suena un poco forzado cuando se pretende diferenciar uno de otro y de esa forma determinar quién es mejor. A veces siento que estoy en el recreo de mi colegio.

Y: Eso también lo he pensado. Es una conversación improductiva. Lo vemos en cualquier oficio donde existan grandes representantes y uno sea más aficionado de alguien en particular. Deseamos que el otro sepa que se tiene mejor criterio para identificar las cualidades de los que más saben.

X: Es un asunto de ego, definitivamente.

Y: Aunque no podemos obviar el tema de que existe la excelencia. El dominio absoluto de la actividad que se practica.

X: Pero eso no nos obliga a comparar quién es más excelente que otro. ¿De qué servirá eso?

Y: Si debes escoger, no tienes otra opción que ponderar sus cualidades.

X: Nadie te obliga.

Y: Solo si no eres testigo de eso.

X: ¿No comprendo? ¿A qué te refieres?

Y: Los deportes son una muestra clara. Si dos de ellos son excelentes y se enfrentan entre sí, es válida la comparación. Más aún, es inevitable. No es un asunto subjetivo, es un hecho real. Si ambos nunca se cruzan, no podría saberse con exactitud quien es el mejor.

X: Eso es cierto en parte, aunque solo tendremos una muestra de su excelencia porque lo real es que nadie puede serlo todo el tiempo. Quizás en un enfrentamiento uno pueda ser más que otro y eso no invalida la excelencia de alguno de ellos.

Y: Entonces podemos decir que tal comparación es solo temporal. Y que la excelencia solo es demostrable en un momento.

X: La excelencia es una condición, quizás una característica que solo los excelentes pueden alcanzar. Uno que otro podrá tener un instante irrepetible de excelencia, pero eso no lo hace excelente.

Y: Mientras más veces lleguemos a la excelencia, se nos podrá considerar excelentes. ¿Es así?

X: Por eso es complicado compararlas. Es una cualidad individual que resalta en la práctica diaria. No se necesita competir para demostrarla.

Y: Creo que te equivocas. Si no hay competencia, la excelencia no existe. ¿Cómo sabremos que alguien sobresale del resto si no lo ponemos a prueba? Cuando no sucede de esa manera, es cuando nos enfrascamos en debates absurdo sobre quién es mejor. Por eso necesitamos que se enfrenten.

X: ¿Y si no podemos hacerlo? Si estamos colocando a dos representantes de la excelencia que nunca podrán enfrentarse, ¿qué nos queda?

Y: Entonces es mejor evitarlo. En el momento que detectamos tal imposibilidad, el debate queda cerrado. El problema puede ser la temporalidad. Ser excelente en algo hace cien años no es lo mismo que serlo en el presente.

X: Se pueden fabricar ejercicios, pruebas o establecer criterios que nos permitan comparar ambas excelencias.

Y: Todo eso es subjetivo, juegos de la mente para entretenernos.

X: En la actualidad, definimos criterios para escoger a uno sobre otro.

Y: Sí, pero es un disparo entre la niebla. No sabemos con exactitud si con esos criterios establecidos seremos capaces de reconocer la excelencia de una persona. Es sabido que muchas veces fallamos en eso. Si acertamos, nos hinchamos de orgullo por haber sabido cómo reconocer al mejor. Eso nos hace sentir que conocemos tanto o más de algo que el excelente. De no hacerlo, no nos pesa porque nos consolamos con la idea de que aquel creído bueno, en realidad no lo es tanto.

X: Sabes lo que creo, que no todos tenemos la capacidad de reconocer lo excelente. Hablamos de eso como si pudiéramos verlo como un oasis en el desierto cuando en realidad es un arbusto en un tupido bosque. Para apreciar lo excelente, debemos entender aquello en que el otro lo es con supremo conocimiento. Y como no podemos saber todo, solamente podemos apreciar destellos de excelencia. Eso nos producirá emoción, entonces confundiremos nuestro placer con la real habilidad. Es conocido que halaguemos la destreza de otro porque este hace lo mismo que uno. Ahí podemos apreciar que la idea de lo mejor está asociada a la proyección que tenemos de nosotros mismos.

Y: Parece como si en el fondo me dijeras que identificar lo excelente en este mundo no está en manos de los ignaros. Por lo que un debate sobre lo que es bueno siempre encallará en lo absurdo.

X: Lo más adecuado sería llevarnos por la emoción. Es como ver un bello cuadro. Lo que primero nos impacta son las formas y los colores. La habilidad del artista está en la elección de ellas. Luego, cuando esa sensación primaria nos abandona, nos fijamos en los trazos, en el concepto de su arte y su técnica. ¿Y sabes cuándo comienza importar eso? Cuando viene alguien a decirnos si ese artista es mejor que otro.

Y: Lo ideal es apreciarlo tal como es. Quedarse con la emoción. Comprendo que quienes desconfían de este sentimiento comiencen a decir que tal cosa no es lo que aparenta.

X: ¿Es necesario desconfiar?

Y: Es que se desea ser excelente hasta en opinar. No desearán que los refuten si es que se les olvida tomar en cuenta algún concepto al momento de argumentar.

X: Comprendo.

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