Y ASÍ SE CUENTA LA HISTORIA: “El anillo”

Ítalo Costa Gómez












Si bien nunca voy a las ceremonias matrimoniales – o porque no me invitan o por pereza -, no puedo negar que me encantan las historias de amor. Disfruto cuando algún amigo me cuenta cómo fue la pedida de mano o cuando alguna prima me cuenta los gusanos que sintió en la panza esos dos minutos previos antes de caminar del brazo de su padre en ese tradicional vestido blanco en frente de todos los santos sacrosantos. El amor es bello y todo lo que nace de él y se haga en su nombre es bueno, lo aplaudo y celebro.

Cuenta la historia que la vida me regaló un amigo en el trabajo. Lo cual es raro que suceda porque siempre soy un ave de paso que no regresa más cuando termina lo que tiene qué hacer. Julio es divertido y romántico. Cuando lo conocí salía con una chica muy guapa de cabello rojizo. Se morían uno por el otro, pero la pelirroja se cansó al ver que el tiempo pasaba y no formalizaban. Nunca pasaba de ser «la enamoradita» y ya estábamos por entrar a los treintas. Lo dejó.

Sabía que ese había sido su destino con otras mujeres. Un día nos quedamos solos en el estudio y sacó una botella de ron. Empezamos a tomar y ya se asomaban las preguntas un poco más personales. Nos estábamos acercando. Él me preguntaba qué onda con ser gay y «cómo así te diste cuenta» y todas las dudas graciosas que el tema puede generar. Yo le pregunté por su «problema de compromiso».

-¿Y qué pasa contigo?, ¿Te da miedo la idea de no volver a dormir con otra persona y por eso el matrimonio es Damián con pitbull negro?
-No. La huevada es el anillo… Mi mamá me dio el anillo de compromiso que usó mi abuela cuando se casó. Ella me lo ha dado a mí. Me dijo: «para cuándo llegue el momento y la chica que lo merezca».
-Y no llega ni el puto momento ni la chica.
-No sé. Creo que no. Me da miedo pedirle a alguien que se case conmigo, ponerle el anillo de mi abuela y que me cague y lo venda o me engañe o lo que mierda sea.

Estaba traumado mi chochera. Cambié el tema porque ya nos teníamos que ir y ya estábamos en salsa. Me despedí y me quedé pensando en que Julio tenía miedo. El anillo no era una bendición, era una tortura. Por eso la viejita del Titanic tiró su joya al mar, para no cagarle el cerebro a nadie.

Así se quedó hasta el día de hoy. No con la seguridad del árbol.

El relato de hoy viene con tip. Anota, anota: Si tienes la suerte de haber tenido un matrimonio feliz y un aro de compromiso de medio millón de dólares, de la puta madre, antes de morir lo vendes y te compras un bar o te vas a Cancún o lo que carajo se te cante, pero no se lo des a tu hijo como un sello de honor porque pasarán más de mil pelirrojas, muchas más y no se casará por miedo en la eternidad.

[Pero allá tal como aquí en su boca llevará sabor a tiiiiiiiiiiii].

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.