Carlos E. Luján Andrade

Y: ¿Eres fanático de algún club deportivo?
X: ¿Te refieres a ser hincha?
Y: Sí, de un equipo de fútbol, por ejemplo.
X: La verdad que no, aunque veo uno que otro partido.
Y: ¿Por qué no eres hincha de un equipo?
X: No lo veo necesario para apreciar un deporte. Apenas me entusiasma la selección nacional. ¿Tú si eres fanático? ¿No?
Y: No es para tanto. No iría a arengar a mi equipo con el torso desnudo en medio de una barra brava, pero me afecta cuando este pierde.
X: ¿A tu equipo no le dicen “Los coliflores”?
Y: Lo dicen quienes le dan un sentido despectivo. A los hinchas no nos gusta ese nombre.
X: Es natural. Pero también sé que a su clásico rival le dicen “Los rábanos”.
Y: Ja, ja, es cierto.
X: Eso sí no te molesta.
Y: Para qué se lo buscan.
X: Eso es lo que no logro comprender del fanatismo deportivo. Ven un adjetivo o comentario sarcástico al equipo rival como una gran ofensa. Quizás eso sea lo que me alejó de elegir a un equipo al cual alentar. Apenas uno menciona que prefiere tal o cual equipo, los fanáticos te toman como un “hermano”, pero apenas uno se vuelve crítico a este, te tratan de lo peor. Bien dicho está el nombre de fanático.
Y: No todos son así, pero sí una gran mayoría que van a los estadios. La preferencia por un equipo tiene raíces muy fuertes. No es escoger uno por catálogo. Lo heredan de sus padres, familia o de alguien muy querido. Asocian su afecto por el club con tales personas. Más aún, ante la falta de esa persona o familia, hacen de ese club y los hinchas, una nueva. Ellos les hablan de la hermandad, de la pasión y la lealtad con el fútbol.
X: Los vuelve dogmáticos. Uno escucha que ellos creen que su equipo es mejor que cualquier otro, que su hinchada es la más fiel o que su estadio es un templo. Es irracional. A veces, luego de un partido, terminan goleados y comienzan a echarle la culpa al entrenador, a los jugadores o a los dirigentes. Desligan a los que “no están a la altura” de “los colores” de su equipo, así este sea uno mediocre o que poco o nada han ganado. Es idolatrar una fantasía.
Y: Pero eso llena un vacío. No los puedes juzgar por eso. Su fanatismo es casi igual que uno tiene por quienes más quieren como la madre o el padre. El que pierda su equipo es como ser despreciado por la realidad, se sienten anulados como individuos. No obstante, hay algo que sí me molesta. Que a pesar de tener ese sentimiento intenso arraigado por un club deportivo y conocer los vínculos emocionales tan fuertes que tienen consigo mismos, no dudan en ofender de la peor forma a otros hinchas. Es algo tan infantil como decir que mi papá es mejor que el tuyo. Es un tema que no tiene nada que ver con la competencia deportiva. Cae mal.
X: Es que tal vez a ti también te afecta. ¿Tienes un vínculo emocional con tu equipo?
Y: Mi padre me lo ha heredado. De niño uno siempre está del lado de este y por una necesidad de aceptación se hace lo mismo que la persona a la que uno quiere. Al final, ya luego se hace costumbre. Es así que imagino que muchos asocian su fanatismo a afectos profundos. No veo que esté mal querer, no importa que sea un equipo de fútbol, una ciudad, una calle o un objeto. Existen conductas o pensamientos que no necesitan ser analizados. Buscar su racionalidad no tiene ningún sentido.
X: Aunque te hace muy vulnerable. Para esos que piensan que el ídolo de su equipo es más que un jugador contratado, el asunto se vuelve grave cuando son insultados por los rivales. Transfieren la violencia del hincha del otro equipo hacia la idea de que ha sido dirigida a su madre, padre o quien sea. Es por esa razón que se vuelven tan salvajes cuando las barras se enfrentan. El deporte o en este caso el fútbol o sus estadísticas, tienen poco que ver con las emociones que se generan. En el fondo es ver a alguien que quieres hacer algo mejor que el otro a quien quieren otros.
Y: En parte estoy de acuerdo. He ido a estadios donde los espectadores no hacen otra cosa que cantar y saltar. No ven el partido, no lo analizan. Saben tanto del deporte como alguien a quien no le interesa en absoluto. Lo usan como una justificación para llenar sus carencias afectivas. Es difícil conversar sobre este deporte con ellos. Carecen de la capacidad de analizar objetivamente la actividad de la que son hinchas. Sin embargo, ellos son los que le dan un aura épica al fútbol. ¿Qué aburrido sería si tras una victoria no habría más que estadísticas? Ver a gente de todas las edades llorar de alegría o amargura ante una victoria o derrota nos hace sentir que estamos ante algo que va más allá de una actividad corriente del hombre. Si unes todos esos vínculos y carencias emocionales en un estadio y que estallan ante una anotación, la energía que se libera es extraordinaria. Es algo pocas veces visto en el día a día.
X: No lo dudo. He estado ahí y se contagia tanto la tristeza como la alegría, así uno tenga total indiferencia por el marcador final. ¿Crees que esa llamada pasión sea de alguna utilidad para la sociedad?
Y: No tiene que serlo. Los seres humanos no solo hemos venido al mundo a construir carreteras, puentes o labrar la tierra. No todo lo que hagamos debe tener un sentido o que un día de nuestra existencia lo consideremos útil si este nos lleva a hacer algo productivo más adelante. La pasión futbolera nace y muere unos días antes y unos días después de que el partido se ha jugado. Se disfruta en el instante y luego se va. La vida continúa. Nos puede hacer uno o dos días alegres o tristes, pero no más. Ya uno puede fabricar alguno que otro significado sociológico, sin embargo, el objetivo final es el disfrute instantáneo. Así lo veo. La victoria o la derrota es un momento volátil. No se destruye un país o conquista un imperio con un resultado deportivo. Es solo la sensación de sentirse héroe de una batalla de la que nunca se ha sido parte.
X: Entonces, los que se toman demasiado en serio un resultado deportivo se están perdiendo el placer del instante.
Y: Por supuesto, no podemos aferrarnos a aquello que nació para existir unos cuantos segundos.