Helena Garrote Carmena

Retrato-Amadeo Modigliani (1884-1920)
Tendría yo unos siete años la tarde que acompañé a mi madre a visitar a la tía Paca, la hermana de mi abuela. Era una casa oscura con techos altos y un largo pasillo. El salón no era grande, pero tenía un ventanal con visillos de encaje por donde entraba la luz y pesadas cortinas a los lados. Los muebles parecían muy viejos y estaban cargados de figuritas de porcelana y retratos. Sonaba el tic-tac de un reloj.
La tía Paca sirvió el café en unas tazas muy bonitas decoradas con ramilletes de flores, a mi me dio un vaso de leche y colocó en el centro de la mesa un plato con pastas. Antes de empezar a merendar la tía Paca se giró hacia la puerta: ¡Amelita!, ¡ven, Amelita! y al poco apareció una niña o ¿era una mujer? No se sabía bien porque Amelita no parecía ni una cosa ni la otra. Andaba raro y estaba muy delgada. Llevaba una bata ligera de verano, calcetines blancos y el pelo recogido en una trenza. Se sentó en una silla cerca del ventanal y comenzó a balancearse con la mirada perdida mientras emitía extraños sonidos. Su boca era muy grande y de entre sus labios carnosos asomaban un montón de dientes descolocados.
La tía Paca y mamá charlaban tranquilamente y se preguntaban mutuamente por los parientes: ¿qué tal sigue tu madre?, ¿se sabe algo del tío Antonio? Yo las escuchaba y tomaba mi leche a sorbos pequeños ―que es de buena educación― mientras Amelita, sin tomar nada, continuaba balanceándose en su silla. A ratos paraba, se quedaba mirándome fijamente y soltaba una especie de risa ahogada y entrecortada. Me puse tan tensa que llegaron a dolerme las piernas.
Cuando por fin nos levantamos para despedirnos, la tía Paca se apartó con mi madre un momento al pasillo. Dale si quieres un beso a Amelita ―me dijo― y me acerqué a esa niña-mujer que me abrazó fuertemente llenándome la cara de babas.
Al salir a la calle le pregunté a mi madre: mamá ¿quién es Amelita?
―Es la hija de la tía Paca.
Me giré hacia el ventanal para ver si seguía ahí, quería devolverle el beso, pero ya habían echado las cortinas.