Y ASÍ SE CUENTA LA HISTORIA: “El susurro de la bruja cachichera”

Ítalo Costa Gómez







Acá la cosa es muy simple. Sí eres bueno, paciente y tienes el corazón cálido pues yo te voy a querer sin poder evitarlo. Te voy entregar mi mundo y voy a tratar de colorear el tuyo. Las personas que tienen esas características me hacen sentir en armonía, calman esa necesidad que tengo de sentirme parte de algo, parte de alguien. Esas presencias me hacen mucho bien porque mantienen mi fe en la gente. Mi hermano es el el ejemplo por excelencia.

Julián también es de esas personas. Tiene mucha sabiduría y calma en el espíritu. Transmite una paz maravillosa y especial que transmite en cada cosa que hace. En todo está enseñando y lo hace con mucha generosidad y sin ínfulas espesas.

Eso yo ya lo sabía desde que me lo topé en el Facebook gracias a un amigo en común por primera vez. Debía hacer que nuestra complicidad creciera. Se me ocurrió una idea. El día de mi cumpleaños del año 2018 tuve la astucia de decirle para vernos en persona. Quería abrazar al bueno de Julián. Buscaba acercarlo más a mí, quería que sintiera que su amistad era importante para mí.

“¡Será un honor!” fue lo que me contestó y ahí empezó a escribirse una melodía nueva sabor a Glenn Gould.

Cuenta la historia que yo sabía que este simpático caballero leía con empatía y dulzura estos relatos que comparto con ustedes mientras que yo quedo fascinado con lo mucho que aprendo con sus publicaciones. Match. Naturalmente se tenía que saber si esa gran química continuaba con vida cuando nos viéramos en persona y con la misma naturalidad con la que se daba por redes sociales. No era poca promesa. No era chico el reto.

Cena. Brujas de Cachiche. Lunes. 9:15 de la noche.

[Me muero, cancelen todo. No atiendo provincias. No estoy para nadie excepto para el coco loco. Si te acercas te pego con mi bolsita como el Dr. Chapatin, ya sabes. I have a date.]

Me fui a la peluquería para que maquillen un poquito los ojos y me ayuden a que se armen los rizos del pelo de forma en la que no me lo tenga que amarrar en toda la noche (mover el pelo es un gran recurso, eh… si tienes miedo, mueve el pelo, si se te cae un cubierto, mueve el pelo, si te hacen un piropo, mueve el pelo, si haces una broma que no es graciosa, mueve el pelo. Hazme caso y tú mueve el pelo nomás, como Gloria Trevi y te saldrá todo lindo aunque seas cualquier cojudo muerto de nervios) y decidí llegar temprano y caminar por los malecones miraflorinos para llenarme de paz.

Mala idea, muy mala. De lo que me llené fue de ansiedad. Las horas pasaban muy lento. Algo tenía qué hacer. Caminé como treinta cuadras. Sin exagerar. El maquillaje ya no lo sentía impecable y sentía que había transpirado un poquito. Me fui a un baño, me lavé, me puse una camisa muy especial que había cargado en un gancho durante todo el día y me compré una crema para peinar para reafirmar un poquito más los rizos y un desodorante en sachet.

Cuando me senté frente al famoso restaurante en el que Julián y yo nos íbamos a ver empecé la operación. Me arreglé la carita, me untaba la crema para el pelo hasta en el tesorito, me perfumaba las orejas (poco me faltaba para decirle al Serenazgo que me huela para ver si olía rico) y en el mismo momento que me estaba echando el desodorante escucho una voz muy pero muy cerca de mí…

-¡Hola, Italo!

Me lleva el chanfle. Era él luciendo guapísimo. Lo miré con mucha emoción, pero también con nervios. Estaba muy nervioso. Tenía cincuenta bolsas en la banca. Cuando me levanté del asiento para abrazarlo se me cayó el celular al piso y se rompió el protector de pantalla. Él voló a recoger el teléfono y en eso plin mierda… se cae otra bolsa (yo soy torpe normalmente, pero cuando estoy nervioso soy el Chavo, todo se me cae, con todo me tropiezo) y sale volando el desodorante.

[Conchasumadre. Me quiero matar. ¿Por qué a mí? ]

Se hizo el sueco, por supuesto. Él es un caballero. Después de mis múltiples abrazos y un cigarro entramos al restaurante precioso al que me invitó y al que yo nunca había ido. Los nervios se diluyeron. Estaba feliz en el más puro esplendor. Él es un tipazo y si leyéndolo aprendía pues escucharlo hablar fue una experiencia alucinante. Vivía con él los pasajes de su vida tan rica y bien vivida.

El narra de una forma poderosa. Viajaba con él a Francia e Inglaterra. Me hacía sentir que yo también lo había vivido. Vi piecitos que me admitían en la Universidad Católica.

Me ayudó a sacar el anticuho del palito – no puedo hacerlo solito, se me cae – y nos bebimos el mundo. Escuchaba con atención mis historias y me ayudaba a encontrarles sentido.

¿Se dan cuenta? El agradecimiento tan profundo que sentía por conocerlo y por hacerme sentir bienvenido en su vida se mezclaban con un cariño infinito… yo hubiera podido darle las llaves de mi casa. Quería que se sienta querido y creo haberlo logrado.

Había ganado un amigo, o lo había confirmado, en todo caso. No había duda de eso. Habíamos compartido su carrera, su música, mis talk shows, mis miedos, sus planes, sus proyectos, mi cumpleaños y pronto el suyo. Se llevó una carta escrita a puño y letra, un anillo de fantasía, un gancho de ropa, una flor seca y una pitita para su mano izquierda.

También se llevó mi corazón, un amigo nuevo al que siempre voy a admirar y querer. Alguien en quien confiar. Él me dejó un libro que leer, un santo inolvidable, un lugar seguro al que puedo recurrir, la promesa de escribir un capítulo de la vida juntos y también se llevó muchos de mis miedos… me imagino que él los debe tener porque desde que lo vi nunca más aparecieron.

Una de esas brujas de Cachiche se acercó a mi oído y susurró: Deja que se te caiga todo, así eres tú, sé tú mismo en todo momento y deja que te conozca.
Funcionó.

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